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13 DE DICIEMBRE DE 2023 | SEXUALIDAD Y REPRESIÓN

Sobre el pudor

La adquisición de las perversiones y su práctica encuentran, por tanto, en el niño muy pequeñas resistencias, los diques anímicos contra las extralimitaciones sexuales; el pudor, la repugnancia y la moral, no están aún constituidos o su desarrollo es muy pequeño.

Por Helena Trujillo
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El niño se conduce igual que el tipo corriente de mujer poco educada, en la cual perdura, a través de toda la vida, dicha disposición polimórfica perversa, pudiendo conservarse normalmente sexual, pero también aceptar la dirección de un hábil seductor y hallar gusto en toda clase de perversiones, adoptándolas en su actividad sexual.

El niño carece en absoluto de pudor y encuentra en determinados años de su vida un inequívoco placer en desnudar su cuerpo, haciendo resaltar especialmente sus genitales. La contrapartida de esta tendencia, considerada perversa, es la curiosidad por ver los genitales de otras personas, y aparece en años infantiles algo posteriores, cuando el obstáculo que supone el pudor ha alcanzado ya un determinado desarrollo. Bajo la influencia de la seducción, la curiosidad perversa puede alcanzar una gran importancia en la vida sexual del niño.

El instinto de contemplación puede surgir en el infante como una manifestación sexual espontánea. Aquellos niños de corta edad, cuya atención ha sido dirigida alguna vez —y en la mayoría de los casos por medio de la masturbación— sobre sus propios genitales, suelen encontrar la gradación siguiente sin auxilio exterior ninguno, desarrollando así un vivo interés por los genitales de sus compañeros de juego. Dado que la ocasión de satisfacer tal curiosidad no se presenta generalmente más que en el acto de la satisfacción de las dos necesidades excrementales, se convierten estos niños en voyeurs; esto es, en interesados espectadores de la expulsión de la orina o de los excrementos, verificada por otra persona.

Tras de la represión de estas tendencias, se conserva en ellos la curiosidad de ver los genitales de otras personas (del sexo propio o del contrario) como un impulso martirizador que en algunos casos de neurosis constituye la más enérgica fuerza instintiva de formación de síntomas.

Hasta la pubertad no aparece una definida diferenciación entre el carácter masculino y el femenino, antítesis que influye más decisivamente que ninguna otra sobre el curso de la vida humana. Sin embargo, las disposiciones masculina y femenina resultan ya claramente reconocibles en la infancia. El desarrollo de estos diques sexuales (pudor, repugnancia, compasión, etc.) aparece en las niñas más tempranamente y encontrando una resistencia menor que en los niños. Asimismo, es en las niñas mucho mayor la inclinación a la represión sexual, y cuando surgen en ellas instintos parciales de la sexualidad escogen con preferencia la forma pasiva.

La actividad autoerótica de las zonas erógenas es en ambos sexos la misma, y por esta coincidencia falta en los años infantiles una diferenciación sexual tal y como aparece después de la pubertad. Con referencia a las manifestaciones sexuales autoeróticas y masturbaciones pudiera decirse que la sexualidad de las niñas tiene un absoluto carácter masculino, la libido es regularmente de naturaleza masculina, aparezca en el hombre o en la mujer e independientemente de su objeto, sea éste el hombre o la mujer

Hemos fijado después como uno de los resultados más sorprendentes de nuestra investigación el de que este primer florecimiento de la vida sexual infantil, entre los dos y los cinco años, muestra también una elección de objeto, con todas sus reacciones anímicas; de manera que la fase correspondiente, a pesar de la defectuosa síntesis de los componentes sexuales y de la inseguridad del fin sexual, debe estimarse como antecedente muy importante de la posterior organización sexual definitiva. La división de dos períodos del desarrollo sexual del hombre, esto es, la interrupción de este desarrollo por la época de la latencia, nos parece digna de una especial atención, pues creemos que contiene una de las condiciones de la evolución del hombre hacia una civilización, pero también de su predisposición a las neurosis.

No podemos decir qué cantidad de manifestaciones sexuales debe considerarse como normal y no perjudicial a un posterior desarrollo de la infancia. El carácter de las manifestaciones sexuales se manifiesta predominante como masturbación, y por experiencia admitimos, además, que las influencias exteriores, la seducción o corrupción pueden hacer surgir interrupciones temporales del período de latencia y hasta traer consigo la total cesación del mismo, produciéndose el resultado de conservar en el niño un instinto sexual polimórficamente perverso. Vemos, asimismo, que esta prematura actividad sexual del niño influye sobre su educabilidad.

Abordar estas cuestiones de la sexualidad en el tratamiento de los pacientes, orientar a padres y educadores sobre ciertos comportamientos inadecuados en la crianza de los niños, no habrá de ser un peligro, sino todo lo contrario, la manera de abordar una problemática, esto es, las enfermedades nerviosas, a partir de los conocimientos adquiridos en nuestra investigación de las mismas. El rechazo de esa sexualidad infantil retrasó mucho tiempo el abordaje efectivo de las enfermedades nerviosas, así como el rechazo a los conocimientos psicoanalíticos, retrasa los beneficios que estos avances traen a la población y a las investigaciones futuras.

Este pudor de médicos, psicólogos, educadores, padres, a la hora de abordar ciertas temáticas, podríamos decir “espinosas”, porque producen cierto rechazo o desagrado, son una muestra más de los efectos perniciosos de la represión.

Habrá de romperse la resistencia de toda una generación de médicos, que no quieren recordar su propia juventud; habrá de vencerse el orgullo de los padres, que no quieren descender ante sus hijos al nivel de la Humanidad, y habrá de combatirse el incomprensivo pudor de las madres, que consideran hoy como una fatalidad inescrutable, pero inmerecida, el que «precisamente sus hijos hayan enfermado de los nervios». Pero ante todo ha de hacerse lugar en la opinión pública a la discusión de los problemas de la vida sexual; ha de poderse hablar de ellos sin ser acusados de perturbar la tranquilidad pública o de especular con los más bajos instintos. Todo esto plantea ya trabajo para un siglo entero, durante el cual aprendería nuestra civilización a tolerar las aspiraciones de nuestra sexualidad.

La incapacidad de los pacientes para desarrollar una exposición ordenada de la historia de su vida en cuanto la misma coincide con la de su enfermedad no es sólo característica de la neurosis, sino que integra, además, una gran importancia teórica. Depende de varias causas: en primer lugar, el enfermo silencia conscientemente y con toda intención una parte de lo que sabe y debía relatar, fundándose para ello en impedimentos que aún no ha logrado superar: la repugnancia a comunicar sus intimidades, el pudor o la discreción cuando se trata de otras personas. Tal sería la parte de insinceridad consciente. En segundo lugar, una parte de los conocimientos anamnésicos del paciente, sobre la cual dispone éste en toda otra ocasión sin dificultad alguna, escapa a su dominio durante su relato, sin que el enfermo se proponga conscientemente silenciarla. Por último, no faltan nunca amnesias verdaderas, lagunas mnémicas, en las que se hunden no sólo recuerdos antiguos, sino también recuerdos muy recientes.

En el curso del tratamiento va luego exponiendo el enfermo aquello que ha silenciado antes o que no acudió a su pensamiento. Los recuerdos falsos se demuestran insostenibles y quedan segadas las lagunas mnémicas. Sólo hacia el final de la cura se ofrece ya a nuestra vista un historial patológico consecuente, inteligible y sin soluciones de continuidad. Si el fin práctico del tratamiento está en suprimir todos los síntomas posibles y sustituirlos por ideas conscientes, el fin teórico estará en curar todos los fallos de la memoria del enfermo.

De la naturaleza misma del material del psicoanálisis resulta que en nuestros historiales patológicos deberemos dedicar tanta atención a las circunstancias puramente humanas y sociales de los enfermos como a los datos somáticos y a los síntomas patológicos. Ante todo dedicaremos interés preferentemente a las circunstancias familiares de los enfermos, y ello, como luego veremos, también por razones distintas de la herencia.

ANÁLISIS FRAGMENTARIO DE UNA HISTERIA (’CASO DORA’) 1901 [1905]

Ciertas perversiones se alejan tanto de lo normal, que no podemos por menos de declararlas patológicas, particularmente aquéllas —coprofagia, violación de cadáveres— en las cuales el fin sexual produce asombrosos rendimientos en lo que respecta al vencimiento de las resistencias (pudor, repugnancia, espanto o dolor). Pero tampoco en estos casos puede esperarse con seguridad hallar regularmente en el sujeto otras anormalidades de carácter grave o una perturbación mental. Tampoco aquí puede negarse el hecho de que personas de conducta normal en todas las actividades pueden, sin embargo, presentar caracteres patológicos en lo relativo a la vida sexual y bajo el dominio del más desenfrenado de todos los instintos. En cambio, una manifiesta anormalidad en otras relaciones vitales se halla siempre en conexión con una conducta sexual anormal.

La pulsión sexual tiene que luchar contra determinados poderes psíquicos que se le oponen en calidad de resistencia, siendo entre ellos los que más claramente se muestran: el pudor y la repugnancia. Aparece, pues, justificada la sospecha de que estos poderes participan en la labor de mantener este impuso dentro de los límites de lo considerado como normal, y cuando se desarrollan tempranamente, antes que el instinto sexual alce su plena fuerza, son los que marcan la dirección del desarrollo del mismo.

Estos poderes (repugnancia, vergüenza, moralidad), como diques para el desarrollo de la sexualidad, pueden considerarse también como residuos históricos de inhibiciones exteriores experimentadas por el instinto sexual en la psicogénesis de la Humanidad. Se observa que aparecen en el desarrollo del individuo en una época determinada y como obedeciendo espontáneamente a la llamada de la educación y de otras influencias ejercidas, desde el exterior, sobre el sujeto.

El carácter histérico deja revelarse una represión sexual que sobrepasa la medida normal y un desarrollo exagerado de aquellas resistencias contra el instinto sexual que se nos han dado a conocer como pudor, repugnancia y moral, manifestándose en estos enfermos una aversión instintiva a ocupar su pensamiento en la reflexión sobre las cuestiones sexuales, aversión que en los casos típicos da el resultado de conservarlos en una total ignorancia sexual hasta los años de la madurez sexual. Este rasgo característico, esencial de la histeria, queda encubierto con frecuencia a la vista del observador superficial por el segundo factor constitucional de la enfermedad; esto es, por el poderoso desarrollo del instinto sexual; pero el análisis psicológico logra descubrirlo siempre, y resuelve el misterio lleno de contradicción de la histeria por el establecimiento del par contradictorio formado por una necesidad sexual superior a la normal y una exagerada repulsa de todo lo sexual.

En la mayoría de los casos logra abrirse camino un fragmento de la vida sexual que ha escapado a la sublimación, o se conserva una actividad sexual a través de todo el período de latencia hasta el impetuoso florecimiento del instinto sexual en la pubertad.

Este período de «latencia» comprende sea desde los cinco años a las primeras manifestaciones de la pubertad (hacia los once años), y en él son creados en la vida anímica, a costa, precisamente, de estas excitaciones aportadas por las zonas erógenas, productos de reacción o, por decirlo así, anticuerpos, tales como el pudor, la repugnancia y la moral, que se oponen en calidad de diques a la ulterior actividad de los instintos sexuales.

La pulcritud, el orden y la escrupulosidad hacen la impresión de ser productos de la reacción contra el interés hacia lo sucio, perturbador y no perteneciente a nuestro cuerpo. La labor de relacionar la tenacidad con el interés por la defecación parece harto difícil; pero podemos recordar que ya el niño de pecho puede conducirse según su voluntad propia en lo que respecta a la defecación, y que la educación se sirve, en general, de la aplicación de dolorosos estímulos sobre la región vecina a la zona erógena anal para doblegar la obstinación del niño e inspirarle docilidad.

La represión que se produce en el complejo de Edipo y que da pie a este periodo de latencia, recaerá especialmente sobre los placeres infantiles coprófilos, o sea los relacionados con los excrementos, y, además, sobre la fijación a las personas de la primitiva elección de objeto

Los educadores se conducen —cuando conceden alguna atención a la sexualidad infantil— como si compartieran nuestras opiniones sobre la formación de los poderes morales de defensa a costa de la sexualidad, y como si supieran que la actividad sexual hace a los niños ineducados, pues persiguen todas las manifestaciones sexuales del niño como «vicios», aunque sin conseguir grandes victorias sobre ellos.

TRES ENSAYOS PARA UNA TEORIA SEXUAL

Ejemplos clínicos:

Con respecto al origen de las alucinaciones visuales descubrí que la imagen del regazo femenino coincidía casi siempre con la sensación de peso sobre sus propios genitales; pero que esta última vez era casi constante, y se presentaba muy frecuentemente sola. Las primeras imágenes de desnudos femeninos habían surgido en el balneario pocas horas después de haber visto efectivamente la sujeto a otras bañistas desnudas en la piscina general. Eran, pues, simples reproducciones de una impresión real, habiendo de suponerse que si tales impresiones se reproducían era porque la paciente había enlazado a ellas un intenso interés.

Como explicación manifestó la sujeto que había sentido vergüenza por aquellas mujeres que se mostraban en tal forma, y que desde entonces se avergonzaba de desnudarse ante cualquier persona. Habiendo de considerar este pudor como algo obsesivo, deduje, conforme al mecanismo de la defensa, que la paciente debía de mantener reprimido el recuerdo de un suceso en el que no se había avergonzado, y la invité a dejar de emerger todas aquellas reminiscencias relacionadas con el tema del pudor.

Rápidamente reprodujo entonces una serie de escenas cronológicamente descendentes desde los diecisiete a los ocho años, en las que se había avergonzado de hallarse desnuda ante su madre, su hermano o el médico. Por último, esta serie de recuerdos culminó con el de haberse desnudado una noche, teniendo seis años, ante su hermano, sin haber sentido vergüenza ninguna.



La paciente vivía en un pueblo sin tratarse casi con nadie y también se creía criticada por sus vecinos. Esta desconfianza hacia sus vecinos tenía un fundamento real. Al casarse había ido a vivir con su marido a una casa de varios pisos, instalando su alcoba en un cuarto colindante al de otros inquilinos.

En los primeros días de su matrimonio sin duda por el despertar inconsciente del recuerdo de sus relaciones infantiles en las que había jugado con su hermano a ser marido y mujer surgió en ella un gran pudor sexual que la hacía preocuparse constantemente de que los vecinos pudieran oír alguna palabra o algún ruido a través del tabique, preocupación que acabó transformándose en desconfianza hacia los vecinos.

Así, pues, las voces debían su génesis a la represión de pensamientos, que en el fondo constituían reproches con ocasión de un suceso análogo al trauma infantil, siendo, por tanto, síntomas del retorno de lo reprimido y al mismo tiempo consecuencia de una transacción entre la resistencia del yo y el poder de dicho retorno, transacción que en este caso había producido una deformación absoluta de los elementos correspondientes, resultando éstos irreconocibles.

Ejemplo de un caso de paranoia crónica en NUEVAS OBSERVACIONES SOBRE LAS NEUROPSICOSIS DE DEFENSA 1898

La falta de pudor también nos sirve de elemento diagnóstico en el caso de la melancolía. El melancólico o deprimido carece de todo pudor ante los demás, sentimiento que caracteriza el remordimiento normal. Desea de comunicar a todo el mundo sus propios defectos, como si en este rebajamiento hallara una satisfacción. Así, pues, carece de importancia que el paciente tenga o no razón en su autocrítica y que ésta coincida más o menos con nuestra propia opinión de su personalidad. Lo esencial es que describe exactamente su situación psicológica. Ha perdido la propia estimación y debe de tener razones para ello. El psicoanálisis nos ha mostrado que no habla mal de sí mismo, en realidad está hablando mal y denigrando al objeto perdido con el que se ha identificado.

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