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23 DE JULIO DE 2006 | DIAGNOSTICO DIFERENCIAL

Lo alojante y segregatorio de las instituciones psiquiátricas

El hospital psiquiátrico se constituye en estos casos en un Otro institucional que aloja a quienes buscan un lugar, lugar siniestro...pero lugar al fin. ¿Qué va a buscar una histérica grave a un neuropsiquiátrico? ¿Qué función cumple para estas pacientes alojarse allí?

Por Laura Blejer
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Tomaré como referencia un muestreo extraído de consultas externas recibidas en la guardia del Hospital Borda, de pacientes mujeres que concurren en forma ambulatoria, muchas de las cuales cuentan en su haber con internaciones psiquiátricas, así como también de la población de pacientes que se encuentran internadas en el Servicio de mujeres de dicho nosocomio.

En la mencionada institución psiquiátrica, observamos un gran número de pacientes histéricas internadas, cuyos diagnósticos diferenciales son realizados desde el orden médico, quedando rotuladas en sus historias clínicas como 'borderline', 'trastorno de personalidad', 'descompensación psicótica', 'depresión mayor', o bien, 'esquizofrenia'. Es de señalar que estos diagnósticos van a provocar consecuencias en la subjetividad de estas pacientes.

El hospital psiquiátrico se constituye en estos casos en un Otro institucional que aloja a quienes buscan un lugar, lugar siniestro...pero lugar al fin.

Asimismo, en el mismo acto de alojar a la paciente histérica como objeto, se la segrega como sujeto. En el mismo movimiento de asilarla se la exilia.

Por otra parte, tomando el concepto de identificación para Lacan, ésta es al objeto a en el fantasma para sostener al Otro. Esta identificación otorga a la histérica un falso ser y es del orden de lo sacrificial, ya que sostiene al discurso médico.

Lacan pensó al fenómeno psicosomático como enfermedad epistemosomática, es decir que las diferentes patologías se producían como efecto del desarrollo científico en las diversas épocas, o sea que a tal variación en el campo del saber, tal patología como consecuencia. Podemos correlacionar la variación de saberes en las distintas etapas con la especificidad de la sintomatología histérica. Por ejemplo, en la Salpetriere, la enfermedad predominante era la epilepsia, por lo que las pacientes histéricas se identificaban con los síntomas epilépticos, tornándose necesario efectuar diagnósticos diferenciales.

En los establecimientos psiquiátricos, a causa de la identificación de las pacientes histéricas con los psicóticos, se observan ataques de locura, siendo imprescindible diferenciar locura histérica de psicosis.

Tal vez tengamos que hacer extensivas las siguientes afirmaciones de Lacan:
El inconciente está estructurado como un lenguaje. Siguiendo este concepto, inferimos que el síntoma en tanto formación del inconciente, también está estructurado como un lenguaje.
El inconciente es el discurso del Otro. A partir de esta afirmación, podemos pensar que el síntoma también es consecuencia del discurso del Otro, entendiendo en este desarrollo por el Otro a la cultura, y fundamentalmente al lenguaje.

Desde la perspectiva de la psicofarmacología, que si bien en numerosas oportunidades se constituye en necesaria, observamos que en tanto discurso científico, forcluye al Sujeto.

El deseo del analista es deseo de advenimiento de sujeto, por lo tanto, el pronóstico de estas pacientes con ataques histéricos, los cuales bien podrían ubicarse dentro del estatuto del acting-out, dependerá de lo azaroso del encuentro con un analista.

Podrán tener un destino de pasaje al acto, terminando como resto, alojadas en un neuropsiquiátrico y marginadas de la cultura, o un destino de sujeto, y por lo tanto de síntoma y de entrada en análisis.

El pronóstico de estas pacientes, es decir posicionarse como sujetos deseantes o como objetos marginados de la sociedad, reiteramos, estará sujeto a lo azaroso del encuentro con el deseo del analista, encuentro que también tiene que ver con la presencia o ausencia de oportunidades a causa de factores de orden familiares, sociales, culturales y económicos.

Siguiendo a Freud, sabemos que el Psicoanálisis no está dirigido a sujetos cuyas pulsiones de autoconservación no se encuentren resueltas.

El destino de esto se produce cuando por distintas causas la paciente no ha podido encontrarse con una escucha analítica, quedando a merced del discurso médico, el cual intenta acallar con medicación todo aquello que la histérica tiene para decir, a causa de no poder soportar lo enigmático del deseo y del goce femeninos, así como antaño que se las pensaba simuladoras de sus padecimientos y también se intentaba tapar su discurso de las más diversas y primitivas formas.

Lo anteriormente expuesto reproduce una lógica fálica, que si bien es estructural, en nuestro país es cultural.

A decir de Silvia Bleichmar, en su libro “Dolor País”, “...en la Argentina las personas se clasifican en ganadoras y perdedoras. No se trata de ser el ganador, sino un ganador. Es el pasaje de “el” a “un”, lo que marca la pertenencia a un rango que se transforma de descriptivo en valorativo. La pertenencia a la categoría de ganador o de perdedor no sólo marca posibilidades diferentes, sino que además el sujeto perdedor es estigmatizado por el hecho de perder”.

Existe un paralelismo entre los ganadores y los perdedores con los “normales” y los “locos”. Los perdedores podrían ser los que “no tienen”, por lo cual, además del desamparo y angustia que esta situación trae aparejada, provoca la indignidad de quedar por fuera del sistema social.

Como sostiene Foulcault en “Historia de la locura en la época clásica”, “el loco” es el heredero del lugar marginal a lo largo de los tiempos: el sifilítico, el leproso, el tuberculoso, el delincuente, (en la actualidad, podríamos pensar el potador de HIV); produciéndose una reiterada segregación, antaño en un acto real en La Nave de los Locos, y en estos tiempos de las formas más sofisticadas simbólico-imaginarias posibles.

Los “locos” o diagnosticados como tales, ubicados en la línea de los perdedores son marginados de la sociedad, restándoles como únicos lugares de circulación y producción los talleres protegidos, donde pueden desarrollar actividades productivas a cambio de una pequeña remuneración, el hospital de día, y demás actividades para pacientes psiquiátricos. En estos escasos lugares de pertenencia, reservados para los pacientes psicóticos, las histéricas, víctimas de diagnósticos erróneos, circulan laboral y socialmente, constituyéndose en una más entre ellos.

Podríamos pensar que gran parte de las pacientes a las que nos estamos refiriendo, se tornaron en perdedoras a causa de la ausencia de oportunidades, quedando como los perdedores sociales, es decir “los que no tienen”, aunque con una modalidad diferente, por fuera del sistema social.

También desde una lectura psicoanalítica podemos conjeturar que esta vicisitud de dichas pacientes de quedar expulsadas del medio social, data de su ambiente familiar, donde todo comenzó a partir del lugar que tuvieron como objeto causa del deseo del Otro, lugar que en muchos casos, por déficit de las funciones paterna y fundamentalmente materna, padecieron de formas de ausencia de deseo, que no dejan de ser formas de deseo que determinan un destino. La institución psiquiátrica no hizo más que constituirse en una mera repetición de lo acontecido en el seno familiar.
Observamos entonces que el hospital psiquiátrico reproduce una pequeña muestra, es decir una observación in micro de lo que acontece en nuestro país, donde los más desamparados son los que siempre pierden.

Por otra parte, esta división fálica puede producir en más de un psicoanalista el efecto contrario al discurso médico: que por temor a lo desconocido o incierto del territorio de las psicosis, se apresure a diagnosticar una locura histérica, lo que es una esquizofrenia, una paranoia o una parafrenia, provocando en esta actitud de “alma bella”, es decir reduciendo todo lo desconocido a los saberes conocidos, también graves consecuencias derivadas de un diagnóstico equivocado.

Concluimos entonces, que si bien el deseo femenino es enigmático y articulable con lo también enigmático del deseo de la madre y del deseo del Otro; con Freud, y su inaugural y decidida apuesta al valor de la palabra, comprendemos que aún tratándose el deseo femenino de un “continente negro” y que jamás se pueda responder a la pregunta de “¿Qué quiere una mujer?”, sólo se trate, ni más ni menos, de estar a la altura de la aventura de escuchar y de no retroceder ante los “Dioses del Averno” o ante lo angustiante del deseo del Otro, con lo que permanentemente nos confronta la clínica.

Laura Blejer es Psicoanalista y coordinadora del Área clínica y del dpto. de Psicología Forense y Psicoanálisis de la institución Del Puente.

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