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16 DE JULIO DE 2012 | ARTE, EN SITUACIÓN DE CALLE

Prácticas artísticas en su dimensión social

El arte al rescate de la intemperie psico-física del “sin techo”: Un proceso creador pautado, el uso de rutinas que confieran seguridad y una apuesta a reforzar lo intersubjetivo. Algunas respuestas sobre las posibles transformaciones a partir de lo artístico.

Por Monica Bottini
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Sometidos a un rótulo, una clasificación y de pertenencia a un lugar donde todos somos anónimos, vinculados a lo instintivo, el abandono, la intemperie; los “sin techo” son una combinada respuesta a la ineficacia de los estilos de vida urbana y de estrategias de supervivencia, mendicidad, trabajos informales ambulantes y algunas veces, fuentes marginales de ingreso.

Mayormente poseen un malestar emocional proveniente en muchos casos de conflictos intrafamiliares, lazos de compromiso inestables, violación de leyes sociales y normas, búsqueda de placer y escape de la realidad. Poseen una autoestima deteriorada, actúan con impulsividad, desconfianza y recelo para hablar de sus vidas. Han perdido interés vital por mejorar y se acomodan -como inválidos- en sus espacios anónimos, “marginales”.

El objetivo será entonces cambiar esta posición pasiva del sin techo, enmarcada- en su mayoría por situaciones de ayuda social y económicas, a veces descoordinadas. El intento puede parecer una tarea sobredimensionada para un taller de arte, pero puede considerarse una estrategia capaz para abarcar el tema de lo subjetivo en su dimensión social. Por supuesto siempre contando con un sostén institucional interdisciplinario.

Los ayudaremos a enfrentarse a su mundo interno reflejado en el papel, asumiendo la realidad, pero, como actores de la misma, creadores de sus producciones, lectores de la propia forma de mirar el mundo. Se trata de girar, “moverse” de ese esquema previo de victima-victimizado y organizarse como sujeto activo sin rótulos ni preconceptos. Esta experiencia exige correrse de aquellos lugares armados de prejuicios; tanto a los integrantes del taller como a los profesionales intervinientes. Estamos hablando de un proceso modificador de ambas partes, de una intervención que también debiera involucrar a toda institución responsable.

La posibilidad de construir, a través del acto creador, crea nuevos circuitos desde donde abordar posibilidades de autovaloración así como el desarrollo de vínculos más estables. La coordinación y actividades propuestas deben ser predecibles, constantes y confiables sin promesas ni falsas expectativas incumplidas.

Para ello se generarán rutinas, aquellas ligadas al mismo orden del proceso creador y acentuadas en aquellas técnicas que las utilicen .La repetición ofrece caminos seguros: dosificación del agua para la témpera o mezcla de aceite y aguarrás antes de pintar, preparación de los soportes; lijado-sellado-fondo de base, fijación de la carbonilla, confección de hisopos para trabajar con lavandina, etc. Poder programar actividades en conjunto, fijar con anticipación las técnicas a resolver, no improvisar, incorpora la sensación de que el mundo es algo más que lo “de paso”. Resaltar el orden de la experiencia creadora, es de, alguna manera, devolverles algo de control a sus estructuras; que puedan organizar un pequeño espacio personal, no más sea éste una hoja de papel. Que puedan decidir elementos de la composición o el color; es fortalecer su autonomía, su confianza a en sí mismos y una manera de reconocerse.

Pero el objetivo específico de talleres de arte con gente en situación de calle, será generar sentido de pertenencia a su grupo, a su espacio, en especial la apertura a aquellas relaciones intersubjetivas. La rutina podrá obrar como una matriz flexible, pero siempre hay grietas por donde surgirá lo espontáneo; cuando lo espontáneo se normatiza (Ej.: lavado de pinceles), la norma ya no es impuesta, hay sentido comunitario y un sentido que acuna por detrás: valores, estructura de grupo, hasta una dimensión ideológica, necesidad de un lenguaje común, desarrollo de conciencia social.
Es de suma importancia el vínculo que se consolida con el grupo; el proceso de construcción de un vínculo concerniente al nivel simbólico. Puestas a prueba y señales de confianza, negociaciones, administrando frecuencia e intensidad de lo afectivo. Tener claro los límites, sostiene la situación de una manera real y puede servir para el registro de vínculos anteriores dolorosos que inmediatamente se informarán al equipo. Las intervenciones serán explícitas para compartir lo que ellos necesitan comunicar, no lo que se desearía escuchar.

Un taller de arte puede contribuir a que el sujeto se sienta protagonista y director de sus vivencias.

El arte de hoy no acepta simplemente proponer imágenes para su contemplación, sino contribuir a reconfigurar el mundo, interrogando a través de las formas y sus infinitas posibilidades técnicas. Es un arte que sabe de su efecto sobre el contexto, pero que también acepta algo de su indeterminación, algo así como un efecto que no podrá garantizar….
Podremos NOSOTROS, facilitadores de aquellas posibles trasformaciones; aceptar trabajar con aquello que no es determinante? O intentaremos conferir al arte el oficio de “fábrica de la subjetividad”?

Cuando la pregunta sobre si un taller de arte en determinado grupo puede modificar, aliviar o prevenir conductas es insistente; conviene acentuar el camino que ejerce todo acto creativo: Pujante para la aparición del sujeto y expositor de valores de pertenencia. Tan alejado del mero entretenimiento y de la “adaptación” para la sobrevivencia; ambos de carácter claramente especulador.



Monica Bottini es artista visual y arteterapeuta

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