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4 DE MAYO DE 2012 | EL ARTE, UNA NECESIDAD

Talleres de arte en situaciones de encierro

Lejos de un pretendido ”escape” de la realidad, y mucho más allá de un correctivo que enderece cualquier tipo de conducta humana; el arte puede ser la oportunidad de delimitar algún acto privado y personal dentro de aquellos espacios de encierro y anonimato.

Por Monica Bottini
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Un taller de arte -dentro de una institución penitenciaria- representa “un agujero” atípico. No a la manera de nido contenedor, ni burbuja ideal, como podría pensarse. Agujero en el sentido de corte o recorte de un sistema determinado, dentro de otro totalmente diferente.

El lenguaje visual dibujaría este lugar, con un movimiento de líneas orgánicas - curvas y contra curvas- que se levanta contrastado desde los bordes geométricos y acerados de rigurosas líneas rectas.
Es allí donde puede ponerse en juego al individuo para que despliegue su práctica posible subjetiva, en ese límite de borde.
Puesto que lo impredecible es lo propio de la existencia humana y su variabilidad es lo que desarrolla nuevos modos de desplegar lo simbólico; no interesa tanto qué tipo de creación realice, sino que el CREAR advenga.

Es en esta transgresión, en el trazo, el gesto o la violenta vibración de un color; es en esta pequeña liberación, dónde se gesta la misma condición del arte.
¿Cómo sostener, entonces, a un individuo rotulado- homogeneizado, haciendo de su práctica artística algo favorecedor para sus relaciones con el otro?

La vida carcelaria está empobrecida por la presencia de un atado de reacciones predecibles y repetitivas. Homogeneización solo superable en aquellos pocos actos privados; que devuelvan identidad.
Sumamos, la ruptura de los lazos familiares, la privación de soportes afectivos y sociales y la aparición de frágiles vínculos relacionales de conveniencia.

El taller hace de camino de apertura para con lo sensible. Donde emerge lo artístico- fluctuante entre avances y retrocesos definidos por la variabilidad de los climas contextuales que determinan muchas veces posturas defensivas individuales difíciles de desestructurar- allí; emerge lo identitario.

El encuentro consigo mismas en el acto creador, es promesa en la mejora de sus relaciones vinculares. Subjetividad e intersubjetividad que las refuerce como individuo. Autoestima. Nombre Propio. Singularidad.
Entonces la tarea en el taller será alentar a estos sujetos; a pasar -partiendo de significaciones instituidas y de grafismos aprendidos- a la producción de lo “inédito”. Lo diferenciado, lo individual.
El encierro no se siente simplemente en la restricción de bienes de consumo; sino especialmente en un estado de intemperie respecto a lo básico de una existencia social. Esta situación crea sensaciones de amenazas continuas; pero aquellas actividades del taller que pongan el acento en lo grupal, quizás puedan abrir posibles redes de cooperación y cuidado mutuo.

No hay sujetos determinados sino posibilidades que solo se habilitan en determinadas circunstancias, operando para que lo potencial advenga.
En la medida en que alguna interna ponga “en riesgo” todo su dispositivo simbólico, nos encontraremos con una artista. Si pudiese manifestarse a través de algún nuevo proceso de significancia, abriremos paso a lo “personal”, identitario para su contexto. Y si simplemente aportaran con su expresividad, iniciaremos la posibilidad para que algo ocurra, “ese algo” tan diferente a lo rutinario y previsible.

Pero siempre, el emergente será la mismísima necesidad.


Monica Bottini es artista visual y arteterapeuta

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