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14 DE JUNIO DE 2011 | CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD

El Ideal del yo en la adolescencia

Freud, sobre el final de Introducción al narcisismo, señala que además del componente individual, el ideal, tiene un componente social. Tomo esta afirmación freudiana como punto de partida para pensar la cuestión del ideal en la adolescencia. Ya que la adolescencia sobre todo es: un tiempo de pasaje de lo familiar a lo social.

Por Juan Mitre
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Primero unas palabras sobre el Ideal del yo y su diferencia con el yo ideal; para diferenciar también, identificación simbólica de las identificaciones imaginarias.

Miller en el capítulo VII de Los Signos del goce, en relación al ideal del yo, señala que se trata más de un ideal del sujeto que de un ideal del “yo”; que se trata más bien, de un ideal del sujeto que concierne al yo. El Ideal del yo es: “desde dónde el sujeto se mira” . Que es muy diferente al lugar del espejo donde se ve; plano donde ubicamos las identificaciones imaginarias, así como la instancia del yo ideal que queda referida a la imagen especular.
Miller ubica al Ideal del yo, como pivote de las identificaciones imaginarias, incluso como punto de basta al deslizamiento indefinido de las identificaciones imaginarias. Se puede decir que se trata del anclaje simbólico de las identificaciones.

El Ideal es la “hipóstasis del sujeto; en tanto allí el sujeto se erige como identidad.”
El Ideal del yo, que pertenece al registro de lo simbólico, se constituye mediante una significantización de un elemento tomado del registro de lo imaginario -según lo desarrollado por Lacan en el Seminario V.
El ideal es también, podemos decir, lo que engancha al sujeto en el significante. Por lo tanto -y es lo que nos va a interesar para pensar la adolescencia- engancha al sujeto al campo del Otro.
En el Seminario V Lacan ubica al Ideal del yo como una identificación que se hace a nivel paterno. Para comprender esto, antes vamos a recordar los tres tiempos del Edipo. Ya que es producto del tercer tiempo del Edipo la formación del ideal del yo.

Primer tiempo: Identificación en espejo con el objeto del deseo de la madre, es decir con el falo imaginario. El niño está con la madre.
Segundo Tiempo: Padre que priva, que dice que no. También podemos ubicar acá el momento de rivalidad con el padre. Es un tiempo de separación. Tiempo de renuncia a la identificación fálica narcisista.
Tercer tiempo: Tiempo del cual depende la salida del Edipo. Interviene el padre no como quien lo es, sino como quien lo tiene. El padre que puede darle a la madre lo que desea. Se trata del padre que tiene, que da, que promete para el futuro; que dice “sí”. Se trata aquí para el niño de la identificación al padre, y para la niña de reconocer al hombre como quien lo posee. “Esta identificación se llama Ideal del yo” (Lacan, J., Seminario V. Ed. Paidós.).
En el tercer tiempo se produce la metamorfosis por el ideal del yo. Es en este sentido que Miller dice que el Ideal del yo es una formación de la que el sujeto sale nuevo (Miller, J.-A., Lectura del Seminario V de Lacan pág. 88).

Miller, en su Lectura del seminario V de Lacan, señala que a lo largo de ese seminario, Lacan desarrolla, en lo que hace a la constitución subjetiva, cómo elementos del orden de lo imaginario se significantizan. Y muestra cómo, si el yo queda del lado de lo imaginario -y se trata de una elección- termina mal; es decir, queda identificado con el falo (Miller, J.-A., Lectura del Seminario V de Lacan pág. 89 y 91). La elección en este punto, sería dirigirse hacia el falo o hacia el Ideal; el ideal como lugar donde entra en relación con la función paterna.

En la formación del Ideal del yo, el sujeto se reviste con las insignias del Otro. Es lo que de alguna manera toma del Otro, y esto se hace a nivel paterno. “El principio de la metáfora del ideal del yo consiste en sustituir el mundo materno por las insignias del Otro, y por medio de ésta sustitución producir un nuevo valor… un modo de decir: esto es ser hombre… ” (Miller, J.-A., Lectura del Seminario V de Lacan pág. 100)
Entonces, retengamos lo siguiente: sustitución del universo materno por las insignias del Otro. La constitución definitiva del Ideal es algo que lleva su tiempo; por más que se forma en el tercer tiempo del Edipo, no quiere decir que termine allí de constituirse.
“Lo nuevo” dice Miller, ”ocurre sobre este pequeño vector (en el esquema R: m-I) donde se producen las sucesivas cristalizaciones identificatorias, es decir los saltos que aquellos que observan al niño traducen en expresiones tales como: “ya no es como era antes”. “Sobre este vector se sitúan los puntos de almohadillado del desarrollo infantil.” Para en seguida corregirse y decir: “Infantil y adolescente…, porque la formación del Ideal del yo está diferida hasta bastante tarde en el desarrollo.”(Miller, J.-A., Lectura del Seminario V de Lacan pág. 69)
Por lo tanto, y es la tesis de Alexandre Stevens, la constitución “decisiva” del ideal del yo se produce en la adolescencia, y es central para pensar su salida. Conviene aclarar que puede no producirse; se trata, de una opción del sujeto.
El Ideal del yo -a diferencia del superyó que soporta funciones de prohibición- ejerce su función sobre el deseo y la normatividad sexual (Miller, J.-A., Lectura del Seminario V de Lacan pág. 87). Esto quiere decir, que coloca al sujeto sobre el eje de lo que tiene que hacer como hombre o como mujer. Y aquí, podemos tal vez decir, que la pregunta que atraviesa al adolescente sería del orden de: ¿cómo se hace para ser un hombre? ¿Cómo se hace para ser una mujer?
Lacan, hace mención a que el sujeto, luego de interiorizar al padre como Ideal del yo en el tercer tiempo del Edipo, porta los “títulos” para usarlos en el futuro. Cito: “El niño tiene todos los títulos para ser un hombre, y lo que más tarde se le pueda discutir en el momento de la pubertad, se deberá a algo que no haya cumplido del todo con la identificación metafórica con la imagen del padre, si ésta se ha constituido a través de esos tres tiempos.” (Lacan J., El seminario, libro V, pág. 201).

Ahora vayamos al tiempo de la pubertad. Tenemos, siguiendo a Freud; sexualidad infantil – período de latencia – pubertad.
Con Freud decimos que la pubertad trata del despertar de la segunda oleada pulsional. Irrupción de un nuevo real que empuja, que desorganiza, el modo en que venía arreglándoselas, el hasta ahí, sujeto niño. Por éste motivo, hay que pensar las teorías sexuales infantiles como un modo de conjugar real y sentido. Entonces -y hay que señalar que se trata de un antes y un después- la irrupción pulsional de la pubertad conmociona el modo en que real y sentido se venían conjugando.

El despertar de la pubertad trata del encuentro con el Otro sexo. Metamorfosis del cuerpo que modifica la relación con los objetos. La relación al Otro ya no es la misma. El Otro del saber -encarnado en general en las figuras parentales- se presenta inconsistente para significar lo que sucede a nivel del cuerpo propio del púber. La relación a los Ideales parentales vacila; la posición infantil de creer en el Otro vacila… En la pubertad aparece un Otro que no tiene “las respuestas”; el Otro en su máxima vacilación.
El problema de la relación de objeto y como arreglárselas con el Otro sexo es con lo que el púber deberá lidiar como señala Lacan en el prefacio a la obra de Wedekind “qué es para los muchachos hacer el amor con las muchachas...”

Por lo tanto, podemos ubicar a la pubertad –con su despertar pulsional- como real. Y la respuesta a la pubertad podemos llamarla adolescencia. A. Stevens tiene un conocido texto titulado La adolescencia, síntoma de la pubertad” .

Es así, que podemos decir que el inicio de la adolescencia es claro: la pubertad. La salida o su final, es más difícil de situar.
Me voy a referir, de ahora en más, a lo que podría pensarse como punto de salida o de posible final de la adolescencia; que no es salida de la neurosis, por supuesto.

La adolescencia, es entonces, aquel conjunto de síntomas mediante los cuales el sujeto responde a ese real que encuentra. Se trataría de encontrar el punto de salida de la adolescencia. Es decir, aquel punto donde el sujeto puede estabilizar su respuesta; que la pueda hacer válida de allí en más en su existencia (Stevens, A., "La clínica de la Infancia y la adolescencia" 16 y 17 de marzo de 2001).
Alexandre Stevens, en otro texto Salidas de la adolescencia, se pregunta por el final de la adolescencia, por el comienzo de un hombre o de una mujer. Y señala que las condiciones de la salida de la adolescencia son articulables a partir de dos términos: Ideales y Nombre del Padre (Stevens, A., "Salidas de la adolescencia", en Sexuación y otras investigaciones, Pequeño Hans, Tres Almenas)
El Nombre del Padre opera muy temprano en la niñez, pero también esta función se presenta en la adolescencia y es central a la hora de pensar la salida. Lo central no es solo el padre que dice “no”, el padre de la ley, aquel que prohíbe y ordena; sino el padre que dice “sí”; que habilita, que reconoce la invención que ha encontrado el sujeto para orientarse en la existencia. Se trata aquí, como vimos en relación al tercer tiempo del Edipo, del padre que introduce al deseo.
Miller señala que el Nombre del Padre y el Otro del Witz están anudados. El dicho gracioso es una invención significante que debe ser aceptado por el Otro para ser reconocido en su valor de Witz, de significante nuevo (Miller J.-A., "du noveau!", Introducción a El seminario 5 de J. Lacan, Rue Huysmans, París, 2000, p. 2, p.62).
Es en éste sentido que A. Stevens señala que el Nombre del Padre es el Otro que puede reconoce el valor de una invención, aceptar de un sí, el nombre, el proyecto, el ideal… o simplemente el síntoma por el cual el sujeto responde al real que encuentra. Estamos, claro está, en un terreno ligado a la problemática del reconocimiento.

De esta manera se puede decir que el Nombre del Padre permite al sujeto instalar sus ideales. Cuestión que hoy en día es problemático tanto por la declinación paterna como por la caída de los ideales; donde el objeto de consumo viene a su lugar. “La captura del sujeto en los objetos de consumo no constituye un ideal y no permite construir un ideal. El sujeto se hace entonces partenaire de su objeto consumible, una de cuyas formas es la droga” (Stevens, A., "Salidas de la adolescencia", pág. 20). La toxicomanía, desde esta perspectiva, se puede plantear como una forma de adolescencia prolongada.

Cuando hablamos de la declinación o de la falla de la función paterna, no hablamos de psicosis -sino la psicosis sería generalizada- sino de falla en la encarnación de la función. La función debe estar encarnada en alguien para que pueda operar.
En relación al declive de la función paterna se sabe que Lacan pasa en su enseñanza del Nombre del Padre a los “nombres del padre”. En el prefacio a la obra de teatro de Wedekind señala al Hombre enmascarado como uno de los nombres del padre. En la obra, la intervención del Hombre enmascarado intenta introducir al adolescente Melchor, al deseo, donde es evidente, cómo los padres concretos no pueden hacerlo.
La salida de la adolescencia, según los desarrollos de A. Stevens, es correlativa a la constitución de un Ideal del yo, pero para llegar allí, es necesario que el sujeto pueda servirse de un padre.
Por lo tanto, la salida de la adolescencia articulada al ideal del yo, es la salida del lado de una elección del sujeto por la existencia. Decidir, como señalábamos antes, una profesión, un nombre, un ideal, la elección de una pareja...etc. Es decir, se elije un síntoma que va a darle al sujeto una cierta estabilidad de allí en más.

Se trata de una elección, de una respuesta; que implica una envoltura significante compleja, y que tiene -por supuesto- su parte de goce.
Para que el adolescente pueda armar o inventar una elección, es decir una salida de este tipo, es necesario que pueda servirse del padre. Puede ser su padre de carne y hueso o algún otro que pueda funcionar como padre en algún aspecto; para que el joven pueda servirse, para que pueda utilizarlo -en el buen sentido de la palabra, utilizarlo, como instrumento. Puede ser un hermano mayor, un pariente lejano, un profesor…etc. Que pueda utilizarlo en ese tiempo de separación del Otro materno que es la adolescencia.
Descubriendo a Forrester es un film de Gus Van Sant que viene bien para ilustrar esto que decía. El protagonista, llamado Jamal, es un joven negro del Bronx quien comparte con sus pares el gusto por el básquet. Se diferencia de ellos por su afición por la literatura y por escribir. Un dato importante es que comenzó a escribir cuando su padre se marchó de su casa. Es un recurso para soportar la ausencia.
Conoce a Forrester, un escritor de culto que solo escribió un libro, y que es una especie de ermitaño.

Forrester le da dos consejos a Jamal. Uno en relación a la escritura: “primero se escribe con el corazón, después se reescribe con la cabeza” . El otro en relación a las mujeres: “un regalo inesperado en un momento inesperado” . Más allá de si esos consejos son buenos o malos, lo que importa es el valor de esas palabras para el joven.
Se puede seguir en el film con claridad como la figura de Forrester ayuda a Jamal a darse una nueva forma en el mundo.

En Psicología del Colegial, texto de Freud de 1914, que escribió para festejar los cincuenta años del colegio en el que hizo su secundario, se puede leer algo de esto. Referido a la figura del maestro. La tesis de Freud es simple: el padre en la infancia es el ideal y luego se produce cierta sustitución por la figura del maestro.

Una confesión de Freud es interesante: “No sé qué nos reclamaba con más intensidad y qué era más sustantivo para nosotros: ocuparnos de las ciencias que nos exponían o de la personalidad de nuestros maestros.”
Señalando, en relación al maestro, que no es tanto lo que enseña lo que llama la atención, sino cómo esta posicionado en torno a un interés (Tomo lo siguiente de la muy interesante lectura del texto de Freud hecha por Hugo Freda en una conferencia titulada; "El adolescente freudiano". Conferencia dictada en París en 1992, publicada en Revista registros, Tomo verde).

Decía, que se puede leer algo de esto, porque es evidente que el lugar del maestro no es el mismo hoy que en la época de Freud. Pero sí, y en el sentido de lo que venía diciendo antes, se trata de alguien de quien el sujeto puede servirse, y hacerse un padre en alguna medida. Y a veces -aún hoy- se producen buenos encuentros; es algo que se escucha en la clínica: como la palabra de un maestro ha sido central para un chico en determinado momento.

Clase dictada 29-10-2009 en el seminario “Siempre Adolescentes” en Causa Clínica.
Juan Mitre. Psicoanalista – Docente Causa Clínica.

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