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10 DE OCTUBRE DE 2009 | LA IDENTIDAD DEL MUSICOTERAPEUTA

La Musicoterapia en el Hospital Psiquiátrico

Este trabajo intenta demostrar que la tarea de establecer una distancia simbólica a partir del hecho clínico es posible a partir de una definición de los objetos de los que la musicoterapia se ocupa -concepción de sujeto, percepción, arte, expresión, etc.-, el método -que podría entenderse como la forma en que aquellos conceptos se articulan-, y el conjunto de estrategias que se ponen en juego en el proceso musicoterapéutico.

Por Carlos Butera
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Uno de los mayores problemas al que se enfrenta un musicoterapeuta, está referido a la definición precisa e inequívoca de los aspectos que constituyen su identidad. En definitiva, debe desarrollar un perfil que integre, para decirlo de alguna manera, sus inclinaciones artísticas y su interés por los problemas del hombre.

Ante el vigoroso desarrollo de las ciencias que de estas cuestiones se ocupan, pareciera que no hubiera un camino mas allá del mero acto de transformarse en un obsecuente afiliado de alguna de ellas, adoptar el rol de recreacionista o profesor, o pivotear entre una u otra postura.
Si bien en la Argentina existen casi treinta promociones de musicoterapeutas, tanto en el ámbito de la salud como en otros sectores de la sociedad, el conocimiento de su accionar, de sus incumbencias y eficacia no está ampliamente difundido. Tres décadas no representan un suficiente recorrido en lo que hace al desarrollo de un paradigma lo bastante novedoso como para presentarse como un pensamiento autónomo, como una propuesta diferente en el campo de las ciencias de la salud.
Pero más allá de las razones ligadas a su madurez, nuestra disciplina afronta una dificultad más ardua para resolver: el problema de la identidad del musicoterapeuta. El mayor reto al que se enfrenta un profesional de esta disciplina es el que significa sintetizar en su desempeño, su mitad artística -por decirlo de algún modo-, con su mitad terapéutica. Arte y terapia, una sociedad que intuimos incuestionable, pero cuántos escollos encontramos al pretender legitimarla, en otras palabras teorizar acerca de sus posibles relaciones. Presas de la ansiedad, fluctuamos entre abrazar con pasión un modelo prestado y en apariencia incuestionable, y adoptar un perfil semejante al de un profesor de música. Hay colegas que se declaran musicoterapeutas con orientación psicoanalítica o gestáltica, o nos hacen pensar al observar su accionar en psicomotricistas o recreacionistas. Al mismo tiempo advertimos que entre los estudiantes y gran parte de los colegas jóvenes, existe la creencia de que es necesaria, imperiosa, la aparición de algún descubrimiento espectacular que haga posible el desarrollo teórico o experimental en el campo de las relaciones que vinculan la música, la expresión y la terapia.
La primer pregunta que con mayor frecuencia se le formula a un musicoterapeuta está en relación con los aspectos estratégicos, es decir qué hace con el paciente. A modo de ejemplo: "¿Debe el paciente saber música?", "¿Tiene que tocar instrumentos?". Legítimas inquietudes que en general se basan en el popular y por lo tanto difícil de erradicar juicio de que la música aplaca los ánimos exhaltados. Ironías aparte, consideremos que así como no se puede hablar de una sola psicología, dada la variedad de escuelas existentes, tampoco en musicoterapia podemos hallar la convergencia que posibilite definirla en un párrafo. Y fundamentalmente si se tiene la expectativa de que esto puede efectuarse desde la descripción de su puesta en escena. Las técnicas -si es que podemos hablar en estos términos- que emplea el musicoterapeuta, dependerán por un lado de su formación como músico -popular, académico, clásico, contemporáneo, guitarrista, cantante o percusionista, etc.-, su formación en cuanto a otras variantes expresivas, y obviamente el material corporo-sonoro-musical, plástico, para-verbal o verbal del sujeto o del grupo con el que establezca el vínculo terapéutico.
El proceder el musicoterapeuta, no es otra cosa que el resultado de la posición conciente o irreflexiva, pero en ambos casos efectiva, acerca de un sistema de relaciones que incluye la concepción de ser humano, la concepción de arte -en un sentido general-, y la forma en que entiende los procesos de enfermedad y cura. Desde el punto de vista del presente trabajo, dicha cuestión no se resuelve con la mera afiliación a un "ismo"; cada sujeto a lo largo de su experiencia ha ido asimilando conocimientos, desarrollando aptitudes y actitudes que lo definen como un ser único, irrepetible, que puede poseer características compartidas con otro, pero que no contradicen su singularidad. La experiencia de un sujeto no es transferible, de esta forma resulta que la adopción de una posición dogmática, significa que esta persona ha reducido su potencial creativo. La forma en que un terapeuta va articulando la información teórica o experiencial que adquiere, estará condicionada por su capacidad de crear, y su talento para transmitir a otros esta capacidad, constituye su efectividad. Dicha posición, que propone construir una síntesis de determinados conocimientos en un modelo flexible, es fundamental en el campo de la musicoterapia, dado el momento del proceso que ésta transita, en otras palabras, de acuerdo a su grado de madurez.
Se puede comenzar a construir una teoría de la musicoterapia a partir de los fundamentos de otras disciplinas, pero redefiniéndolos en función de las características de nuestra particular forma de abordaje. Difícilmente se podría, por ejemplo, hacer una extrapolación punto por punto con el psicoanálisis, dada la profunda familiaridad de éste con la lingüística. Consideremos que la importancia del arte, tiene sus raíces en la incapacidad de la palabra para formular la vastedad de la experiencia. Por otra parte, sería insensato desechar ciertos aportes del psicoanálisis, como las formulaciones acerca de la sublimación y los mecanismos de formación de los sueños, conceptos profundamente relacionados con la creación artística, y enriquecidos por el pintor Salvador Dalí mediante la enunciación de su método paranoico-crítico.
La posición que considero más adecuada frente a los criterios de salud y enfermedad incluye necesariamente la variable creativa. Resolver en forma eficaz los conflictos a los que nos enfrentan los cambios ambientales, requieren no sólo de una lucidez impecable para definir objetivamente el problema, sino también de imaginación para encontrar posibles alternativas. Los recursos -intelectuales, emocionales e instrumentales- con los que cuenta el sujeto, son aquellos que le van a permitir concretar sus proyectos, fundamentalmente ligados a su propio desarrollo en compañía de sus otros significativos.
Si bien la concepción de sujeto y los criterios de salud y enfermedad constituyen problemas fundamentales para todo profesional de la salud, considero necesario profundizar en un tema específico del quehacer del musicoterapeuta. El mismo consiste en delimitar su posición (en el sentido de hacerla conciente) acerca de dos puntos: el arte y cómo éste puede emplearse como medio psicoterapéutico.
El arte indaga acerca de los grandes temas que desde antiguo preocupan a la humanidad y son objeto también de la ciencia y la religión: los misterios de la vida y de la muerte. Como mencionábamos más atrás, lo interesante es la renovación del estilo en que organiza los contenidos que transmite, y esto está dado precisamente por la dialéctica que se realiza entre la tradición cultural y la singularidad de cada artista.
Esta función del arte como forma de auto-conocimiento, posibilitaría entonces una conexión entre aspectos alienados de la personalidad. Considero que la alienación, es la base del sufrimiento y los errores humanos. Obviamente que el aprovechamiento de esta capacidad sintetizadora del arte, es posible dentro de un contexto específico; un profesor de música, al menos teóricamente, se posiciona como garante de un determinado discurso estético, en la medida que su función es la de transmitir conocimientos, y si respeta la singularidad de sus discípulos, es únicamente en términos técnico-formales, es decir, la capacidad de recrear o renovar el código, y no con el objeto de desarrollar una mayor conciencia de sí. En un contexto terapéutico, el rol protagónico está encarnado en el usuario -, o paciente, si prefieren -, y no en el recurso.
Entonces, a nivel metodológico, la musicoterapia, en el abordaje de la psicosis adulta (y por qué no extenderlo, aunque con reservas, a otras patologías), tomaría la conciencia como fundamental operador en el registro de las tres áreas ligadas a la percepción de los fenómenos corporo-sonoro-musicales: el sonido, la sensación que produce y la imagen que evoca. Reconocer, explorar y discriminar en estos tres niveles; en otras palabras, promover una ampliación de la conciencia, enfocada hacia los aspectos de la percepción, del mundo que me rodea, de mi propio cuerpo y mis fantasías. Las estrategias que facilitarían la consecución de dichos objetivos, pueden esquematizarse de la siguiente manera:

  • Audiciones de productos sonoro-musicales: como medio para operar en el ámbito de las funciones perceptivas y/o en la esfera senso-evocativa.
  • Producciones sonoro-musicales: como medio para vehiculizar contenidos desconocidos por el sujeto, y por lo tanto, resistentes a la formulación discursiva. Pueden ser resultado de una exploración o estar sujeta a una organización previa, y ser de carácter imitativo o creativo.
  • Traducciones analógicas: elaboración de contenidos asociados a la audición, a través de otras variantes expresivas, es decir, imágenes expresadas mediante verbalizaciones, para-verbalizaciones (poesía, narrativa), danza, dramatizaciones, etc.
    La producción sonora o sus posibles traducciones analógicas, se constituyen en síntesis lineales de componentes de la percepción, permitiendo el proceso de aprehensión de unidades de sentido y organización de las mismas, en otras palabras, pasar de los datos desordenados a la información. El empleo de otras formas expresivas, está justificado por el hecho de que el sentido primordial en nuestra aprehensión del mundo es la vista, y el lenguaje funciona como ordenador de las percepciones. Recientes estudios cerebrales por imagen, demuestran que los estímulos sonoro-musicales actúan no sólo sobre el cerebro límbico (sede de las emociones) y la corteza auditiva, sino también sobre la corteza visual.
    La incapacidad operativa del lenguaje para elaborar determinados segmentos de la experiencia, orienta nuestra investigación hacia los procesos que determinan las formas expresivas, sus mecanismos, los cuales permiten crear redes no-verbales de sentido. Considero que la comprensión de los procesos que posibilitan la expresión, es más afín a nuestro quehacer que el análisis de los contenidos de los productos de la expresión. Esta elaboración permite organizar percepciones y vivencias no convencionales, como las características de la productividad psicótica, en un sistema estable de representaciones.
    Habiendo trazado los lineamientos básicos de nuestro perfil profesional, considero propicio ilustrar esta presentación con elementos concretos acerca de la inserción del musicoterapeuta en el hospital psiquiátrico. Es difícil poder apartarse del lugar en el que a veces nos colocan los pacientes, este rol de entretenedores, de animadores especialistas en psiquiatría. Combatir esta sobresimplificación que cristaliza al arte como una forma de evasión. Cabe aclarar que este comentario no tiene por objeto descalificar conductas tan sanas como el entretenimiento y la distracción, imprescindibles, como dice Eco para el sano ejercicio de la normalidad. El problema se presenta cuando el entretenimiento y la distracción se constituyen en la norma. Podemos considerar como incumbencia fundamental de nuestro ejercicio profesional, la creación en las instituciones de un espacio cultural humanizante, un desarrollo de la potencialidad creativa de las personas que residen en las mismas, en muchos casos, en forma permanente. En una charla con el Dr. Monchablón Espinoza, él entendía que la presencia de actividades artísticas dentro de un servicio de internación psiquiátrica, promovía lo que él daba en llamar un "impacto estético", es decir, una desactivación del mito de que el hospital psiquiátrico es un lugar horrendo donde las horas se hacen interminables, imagen sostenida por cierto morboso folklore popular y la prensa amarillista. Lo que ayuda a soportar la sensación de fracaso y abandono que siente la mayoría de los pacientes frente a la situación de una internación psiquiátrica, es sin lugar a dudas, la seguridad que le proporciona la presencia humana, escuchándolo, conteniéndolo, ofreciéndole un espacio de expresión y crecimiento a través del arte y la cultura. Nuestra conducta, a veces puede ser condenable; nuestra expresión es, o debería serlo, un espacio de libertad.
    Para ir cerrando, me gustaría, a modo de anécdotas, citar experiencias que me transmiten colegas concurrentes en el espacio de reflexión que se lleva a cabo en el hospital. Un caso relevante es el de un grupo de pacientes crónicas -, con diagnóstico de esquizofrenia residual-, que ante la falta de un grabador, recurso mas que importante en musicoterapia, organizaron espontáneamente una colecta con el objeto de reunir el dinero para adquirirlo. Hay que señalar que la mayoría de estas personas no cuentan con contactos sociales en el afuera que puedan sostener sus necesidades económicas. Esto por una parte. Por otra, los que trabajamos en psiquiatría, sabemos lo difícil que es movilizar a personas con estas características.
    Otro suceso significativo, es la experiencia de dos musicoterapeutas en otro servicio de crónicos, donde la relación entre las pacientes tenía características muy hostiles, donde era muy común la violencia física. Un motivo recurrente era la lucha por el territorio. En una oportunidad en que uno de los profesionales se sentó en una silla del comedor, una paciente le informó, muy preocupada, que esa era la silla de una compañera, y que si ésta lo veía sentado allí se iba a poner furiosa. Otra cosa que advirtieron estos musicoterapeutas, era que durante prolongados períodos de tiempo, las pacientes dormían sentadas, precisamente en esas sillas del comedor. El motivo era que durante el día, las habitaciones estaban bajo llave, dado que de otra forma las pacientes permanecerían en cama, y esto, en especial en verano, favorecía la proliferación de piojos. A partir de que se comenzó con las sesiones de musicoterapia, se hizo evidente la fascinación de las participantes en relación con la aparición en el servicio, de ciertos objetos que trascendían la categoría de usuales, es decir, los instrumentos y, en especial, una mullida alfombra roja. Los coordinadores fueron presentando diversas actividades expresivas, donde la agresión pudo ser elaborada sustitutivamente. En la actualidad, el grupo también realiza actividades expresivas fuera del encuadre de la sesión y en forma espontánea y autogestiva, lo que nos da una idea del grado de motivación de sus integrantes. Posteriormente el material emergente es llevado a las sesiones de musicoterapia, espacio donde el producto de estas reuniones espontáneas se sigue elaborando con los profesionales. La hipótesis es que la violencia que signaba la relación entre las pacientes, no era otra cosa que producto del aburrimiento. O peleaban o dormían. La inclusión de la actividad fue una forma de canalizar la energía del grupo hacia una forma de interrelación más humana. El servicio comenzó a ser algo más que una enorme sala de espera.
    Concluyendo, considero básico, esencial, crear en el hospital psiquiátrico, un espacio de expresión artística. Obviamente, se cuenta con magros presupuestos, con necesidades que algunos señalan como más importantes, pero sería injusto y desatinado, poner al arte en último lugar en el orden de prioridades. O tal vez, tuviese razón Oscar Wilde, cuando en El Retrato de Dorian Gray, expresaba...
    "Todo arte es al mismo tiempo superficie y símbolo. Los que buscan bajo la superficie lo hacen a su propio riesgo. El arte refleja al espectador y no a la vida. Podemos perdonar a un hombre el haber hecho una cosa útil mientras que no la admire. La única disculpa de haber hecho una cosa inútil es admirarla intensamente. Todo arte es completamente inútil".

    Publicación presentada en el I Simposio Argentino de Musicoterapia: "Conceptualizaciones de la Práctica"


    butera@arnet.com.ar


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