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30 DE JULIO DE 2009 | EL ARTE EN EL SIGLO XX

Psicoanálisis y arte multidisciplinario

Arte y ciencias humanas se han visto siempre muy ligadas entre sí. En occidente, las expresiones artísticas, poco a poco revelarían que su función podría ir más allá de una cuestión ornamental o de registro de acontecimientos y, cada vez con mayor fuerza, pondrían en lienzos, pantallas y hojas preocupaciones más íntimas. La teoría psicoanalítica, entonces, se convertiría en uno de los movimientos ideológicos que han tenido gran influencia en la expresión artística de este siglo.

Por Alejandra Cordero León
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Es cierto que, antes de la aparición de Freud y sus propuestas, la literatura ya se había liberado del story telling y ya existían en el mundo del arte manifestaciones diversas que reflejaban asuntos que podrían calificarse como provenientes del inconsciente humano.

Sin embargo, el psicoanálisis fue un detonador de la manifestación de ciertas preocupaciones tanto individuales como sociales y les otorgó un matiz diferente. Los sueños y la sexualidad, entre algunos otros tópicos, ya no serían vistos de la misma forma. Así, la sexualidad expresada en el Nacimiento de Venus de Boticcelli es muy distinta a la que podemos observar en La violación de Magritte y la violencia bélica en Goya es muy diferente a la que expresa Dalí. El surrealismo, por ejemplo, planteó de manera explícita esta fuerte influencia dentro de la técnica de su corriente y en sus características entre las cuales se encontraban el uso de una escritura automática y el recurrente tema onírico. El psicoanálisis fue un indicador de que las artes como la ideología al iniciar el siglo necesitaban una renovación un poco radical. El ambiente creativo de los artistas se vio invadido, entonces, por la asociación libre de ideas, el descubrimiento del inconsciente y el lenguaje de los sueños. El artista como individuo también sintió un atentado contra su identidad, pues ya todo momento de soledad tenía en si mismo un significado profundo y esto se volvió en algo perturbador que alimentaba la inspiración. Esto dio lugar a un sin fin de obras de arte revolucionarias e insuperables. Buñuel y Dalí, Man Ray y Remedios Varo, incluso Joyce, entre muchos otros, se vieron influidos de manera precisa por las ideas de la teoría psicoanalítica. Además, se comenzó a analizar las obras de arte desde una perspectiva más profunda y personal. Arte y psicoanálisis se retroalimentaron efusivamente. Incluso se ha dicho que aún no se sabe si los postulados de Freud y sus discípulos, pertenecen al mundo de la ciencia o al mundo del arte. Y también hay que recordar que aunque Freud nunca obtuvo un Nobel, sí fue reconocido con un premio literario en Alemania. Paradójicamente, el arte de ese tiempo, al que las ideas de Freud alimentaba tanto, a él no le agradaba del todo; prefería coleccionar obras antiguas.

A partir del psicoanálisis, nos pudimos percatar de que el arte siempre va reflejar nuestros deseos y nos va dar ese consuelo de saber que podemos compartirlos con muchos otros. Sin conocernos estamos desnudos al disfrutar de La persistencia de la memoria o de Papilla Lunar o de Un perro andaluz que nos guía vertiginosamente hacia una supuesta complacencia que pareciera ser producida por el simple hecho efectista del sentido visual... sin embargo, pasiones y aversiones, se trastocan, se subliman dentro de algo que bien podría ser horrendo y sucio en esencia, pero que con la magia de la estética y del sueño en colectivo se convierten en cualquier manifestación artística que nos transmite placer/displacer. Además, aunque Freud opinaba lo contrario, para muchos cualquier obra de arte podría ser objeto de estudio psicoanalítico.

Pero de todas las artes el cine es el que considero que tiene un paralelismo indisoluble con el psicoanálisis ¿Por qué el cine? Bien, es cierto que existen razones muy personales. La principal de ellas, un fragmento buñuelesco transmitido en un pequeño televisor por allá de 1982. Mis ojos no volverían a ver esa serie de fotogramas hasta 1995. Más de 10 años duró una búsqueda casi obsesiva de esa película de Luis Buñuel: Los olvidados, de la cual destacó siempre esa secuencia del sueño de Pedro donde el Jaibo le quita la carne que su madre le dio y remata con el muerto riendo sangrante entre gallinas. La música, los ecos de las voces, los símbolos oníricos materializados. Dentro de lo cinematográfico, jamás he vuelto a ver un sueño tan perfectamente onírico. Todos los sueños de las películas convencionales no poseen nada onírico, sino han creado un estereotipo de imágenes que casi nadie sueña. Pues bien, esta secuencia, me condujo a conocer el surrealismo y de ahí el psicoanálisis, además de provocarme ese benéfico insight de que existían otro tipo de películas diferentes a las de Pedro Infante y a las de Superman. Había historias que no sólo te decían anécdotas sino también te llevaban hacia tu interior, hacia eso llamado inconsciente. Me he llegado a convencer que no se puede dejar a un lado la curiosidad de adentrarse a uno mismo después de ver la filmografía de Buñuel. Es casi una necesidad entre placentera y dolorosa, que desemboca en una avidez por conocer la obra de Freud.

En otro sentido, el teatro, la literatura, la música, la fotografía, al fusionarse, se transforman y paren rabiosamente algo inconfundible, único y absolutamente nuevo: la imagen cinematográfica. Por eso, considero que el arte del siglo veinte es el cine. Éste ha surgido como algo multidisciplinario y se ha desarrollado hasta alcanzar su propio lenguaje. Ahora, ya no caben en él los símiles con la literatura o el teatro o cualquier otra manifestación de la que surgió. La cinematografía que tiende hacia fines artísticos, aspira a realizar algo más que contar historias, como aquellas películas que desafortunadamente no se exhiben a nivel masivo y que dan una versión de lo que puede lograrse en cine. De éstas, sólo se tienen referencias por libros o algunas pláticas impartidas por expertos. Así, se conoce aquella película consistente en una pantalla en rojo durante más de una hora o esa otra en la que únicamente se ve una toma fija de un hombre durmiendo o una más en la que todo esta filmado de la cintura hacia abajo.

Cine y psicoanálisis se deslizan en un mismo rumbo. El siglo XX inició su primer lustro con dos peculiaridades: la publicación de La interpretación de los sueños, de Sigmund Freud en 1900 y la proyección de El viaje a la luna, de Georges Méliès en 1902. Así, la sexualidad comenzaba a despojarse de esas sinonimias con la reproducción y el cine dejaba de ser un experimento científico y un simple instrumento de registro de acontecimientos cotidianos. Mientras el psicoanálisis descentralizaba la sexualidad de los genitales y la llevaba a un punto extremo, el cine se encargó de darle una forma distinta a las artes y creó imágenes en movimiento. Y desde entonces, en una sala oscura, donde la luz proviene de un solo punto nos transportamos hacia otra dimensión cual si estuviésemos en un diván colectivo dándonos una catarsis de peligro, ternura, sexo, melancolía o violencia. Hacemos asociaciones; algunas de ellas son muy habituales. Otras, las creamos por vez primera. En nuestro asiento, sin interrupciones, viendo sólo aquello que realmente queremos ver y de una manera única como nadie más lo observará. Las luces se encienden y se ha acabado la sesión, pero habrá que volver pronto. En el psicoanálisis, un buen paciente se analizará durante casi toda su vida. En el arte, un real cinéfilo no dejará de asistir a ver películas a pesar de que el diván ha sido sustituido por el prozac, y el cine de arte haya sido desplazado por el divertimento momentáneo.



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