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12 DE MAYO DE 2008 | UN NIÑO SANO MÁS ALLÁ DE SU ENFERMEDAD

El juego como potenciador de la resiliencia

La intención del presente trabajo es presentar una postura para repensar los opuestos salud-enfermedad, planteando la necesidad de identificar y potenciar los aspectos sanos de los niños hospitalizados, ya que desde allí se podrán obtener, también, herramientas para hacer frente a la enfermedad que padecen y a las circunstancias que tienen que atravesar.

Por Valeria Andrusiewicz
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Reivindicando el concepto de salud por sobre el de enfermedad, o al menos relativizando su oposición, planteo la necesidad de potenciar, a través del juego, los aspectos resilientes de los niños, niñas y adolescentes hospitalizados, como forma en que podrán hacer frente, desde sus posibilidades y fortalezas, a la enfermedad que padecen.
En función de esto, destaco el trabajo del payaso de hospital como habilitador de un espacio diferente dentro del contexto hospitalario, y con un rol relevante en función de la salud (entendida desde los aspectos bio-psico-sociales) de los niños hospitalizados.

El juego, tarea por excelencia de la infancia para la constitución de un sujeto sano, será el eje para poder potenciar los aspectos sanos del niño que posee una enfermedad y que debido a la misma se encuentra atravesando una situación de internación hospitalaria.

Presentaré al payaso de hospital como un habilitador de un espacio diferente, dentro del contexto hospitalario, donde el niño pueda desplegar su subjetividad y seguir constituyéndose como un sujeto sano, de la única manera que puede y sabe hacerlo, jugando.

El niño hospitalizado… salud y enfermedad

La salud generalmente está asociada al correcto funcionamiento orgánico de los seres vivos, así se encuentra definida en el Diccionario Esencial de la Lengua Española “Estado en que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones” (Real Academia Española). Sin embargo, esta definición parece estar alejada de la que brinda la Organización Mundial de la Salud (OMS), que define al concepto de salud como el estado completo de bienestar físico, psíquico y social, y no sólo la ausencia de enfermedad; una visión más integradora que refiere a un sujeto biopsicosocial.

Cuando entramos a un hospital pediátrico, no estamos frente a pequeños enfermos, sino frente a niños que están padeciendo una enfermedad, que están atravesando un momento difícil que ha roto con su vida cotidiana y la de su familia, el cual genera una serie de miedos (a todos ellos), por ser una situación nueva que implica la pérdida de un estado anterior ya conocido.

Es por este motivo que “la hospitalización pediátrica debe ofrecer una atención completa a las necesidades de salud de los niños hospitalizados que tenga en cuenta tanto los aspectos físicos de los procesos de enfermedad y hospitalización, como las repercusiones psicológicas y sociales de estos procesos para los niños y sus familias” (Ullán de la Fuente, Hernández Belver), pues la salud entendida como bienestar físico, psicológico y social tiene que ser más que la definición de un concepto.

Cuando un niño debe permanecer hospitalizado, el hospital tiene que ser capaz de dar respuesta eficiente a las necesidades de atención sanitaria del niño, pero también a otro tipo de necesidades que afectan a su bienestar (Ullán de la Fuente, Hernández Belver), ya que, si bien no toda hospitalización debe ser entendida como una situación traumática en sí misma, es necesario analizar los efectos negativos que ésta puede tener en la niñez, lo cual dependerá de “las características de la enfermedad y de la hospitalización, las características psicológicas del niño y la calidad de las relaciones interpersonales del niño antes, durante y después de su estancia en el hospital” (Benavides, Montoya, González, 1999).

Ahora bien, retomo el cuestionamiento que se hace el Dr. Julio Busaniche, médico pediatra, cuando se pregunta si la sola presencia de enfermedad priva al sujeto de un estado saludable. Este médico considera que no es lo mismo estar enfermo, que ser enfermo, y que lo que inclina a una persona hacia la salud o la enfermedad es su adaptación a la enfermedad (adaptación activa a la realidad, en términos pichonéanos).

Hablar de aspectos sanos en un sujeto que está pasando por un momento difícil, como lo es el padecimiento de una enfermedad, me remite al concepto de resiliencia, definido por Edith Henderson Grotberg como la “capacidad humana para enfrentar, sobreponerse y ser fortalecido o transformado por experiencias de adversidad” (Melillo, Suárez Ojeda, 2006). El concepto de resiliencia implica el fortalecimiento de los aspectos sanos que se encuentran presentes en el ser humano, para hacer frente con esas herramientas a los momentos adversos. Es, desde esta postura, que la Dra. Mirta Estami, plantea que “el enfoque de la resiliencia representa un cambio de paradigma que incluye el pasaje del modelo médico tradicional, centrado en la debilidad y la enfermedad, a otra perspectiva que incluye, además la capacidad de afronte, la estimulación de potencialidades, la consideración de la esperanza, como componentes indispensables en el desarrollo de las personas” (Melillo, Suárez Ojeda).

¿Dónde podemos encontrar los aspectos sanos de un niño que está enfermo? Dice el Dr. Busaniche que “un niño sano es capaz de jugar adecuadamente, y por el juego, un niño, ser saludable”. En palabras de Donald Winnicott, “lo universal es el juego y corresponde a la salud: facilita el crecimiento y por lo tanto ésta última” (Winnicott, 2007). Sin dudas, los aspectos sanos de un niño están en su capacidad de jugar, lugar desde donde se va configurando subjetivamente desde el inicio de su vida y lugar del que no debe verse privado durante su hospitalización, no sólo como una necesidad, sino porque, también, es un derecho que le ha sido otorgado.

Teniendo en cuenta que la resiliencia se entreteje desde las fortalezas del ser humano, que tiene que ver con un adentro y un afuera y con otro que la apuntale (Gamboa de Vitelleschi, 2006), en el niño, es mediante el juego, como podrán potenciarse los denominados pilares de la resiliencia, es decir, los factores que resultan protectores para los seres humanos más allá de los efectos de la adversidad. Entre los pilares fundamentales se encuentran la autoestima, la capacidad de relacionarse, la iniciativa, el humor y la creatividad (Melillo), fenómenos todos presentes en el jugar y en el juego de los niños.

Enrique Pichon Rivière sostiene que el ser humano se configura en una actividad transformadora, en una relación dialéctica, mutuamente modificante con el mundo (Pichon Rivière). La actividad esencial del niño es el jugar, es su manera de entender el mundo y de dominarlo; dice Winnicott que “para dominar lo que está afuera es preciso hacer cosas, no sólo pensar o desear”. En palabras de María Regina Öfele, jugar es poner en acción, cuerpo y mente, es en su juego donde el niño se constituye como tal, “el niño crea y a su vez se crea a sí mismo”. Desde esta postura se presenta al jugar “no como una actividad específica, sino como una cierta invariante, como una cualidad o como una cierta operación que está presente, o que tendría que estar presente en todas las otras para que realmente sean actividades subjetivadas, saludables para el desarrollo del psiquismo y para cualquier concepción no conformista de lo que quisiéramos llamar “salud” en la vida psíquica”.

Es por lo expuesto, que el juego debe ser considerado como un recurso de salud, ya que el jugar constituye un factor fundamental en el desarrollo integral del niño (Ullán de la Fuente, Hernández Belver, 2004) y debe ser mantenido y potenciado durante un período de hospitalización, donde el niño está atravesando una difícil situación que necesita comprender y poder aceptar desde un rol protagónico, que no lo deje sumido en la pasividad de la enfermedad. El proceso de hospitalización es un acontecimiento regresivo en sí mismo, “pues sitúa al paciente en una cama y se espera que mantenga un papel pasivo, de manera que esta regresión física y comportamental facilita la regresión psicológica” (Benavides, Montoya, González, 1999), es necesario promover el espacio de juego para que el niño sea un participante activo, en tanto signo de salud.

Mientras el niño juega, crea reglas, desarrolla su imaginación y su inteligencia, afirma su personalidad, se comunica y libera sus sentimientos de ansiedad y miedo, pero también de dominio y control. El juego “le permite expresarse libremente, encausar sus energías positivamente y descargar tensiones. Es refugio frente a las dificultades que el niño se encuentra en la vida, le ayuda a reelaborar su experiencia acomodándola a sus necesidades, constituyendo así un importante factor de equilibrio y de dominio de sí mismo, con positivas contribuciones al desarrollo afectivo emocional” (Garaigordobil Lanzazabal, 1995). “Jugando nos relacionamos con el ser, con la vida y la muerte, el más allá y el más acá, lo visible y lo invisible, la gracia y la desgracia” dice Graciela Scheines, es jugando como el niño se relacionará con su propia realidad, pudiendo cuestionarla, comprenderla, aceptarla. Sin dudas, el juego cumple un rol terapéutico dentro del contexto de una internación hospitalaria.

En relación con esto, me interesa destacar el concepto de “suplemento” aplicado por Ricardo Rodulfo al juego, “suplemento implica algo que se añade, algo nuevo, algo que no preexistía, algo no previsto, algo que por otra parte viene a suplir lo que sin él va a faltar, y esto es fundamental si atendemos a la hipótesis de que el niño se constituye subjetivamente jugando y no es una subjetividad que “después” juega”. Sin la posibilidad de jugar, al niño algo le estará haciendo falta algo esencial e irremplazable. El niño necesita seguir jugando mientras se encuentra hospitalizado para seguir configurándose como ser humano, buscando sus mejores posibilidades de ser. En el juego el niño es quien desea ser, puede abandonar su ser que se encuentra enfermo y transformarse mediante su juego, sin que esto implique un desconocimiento de su realidad, sino todo lo contrario, como indica Sigmund Freud, el niño “toma muy en serio su juego, emplea en él grandes montos de afecto. Lo opuesto al juego no es la seriedad, sino… la realidad efectiva. El niño diferencia muy bien de la realidad su mundo del juego, a pesar de toda su investidura afectiva; y tiende a apuntalar sus objetos y situaciones imaginados en cosas palpables y visibles del mundo real”.

La realidad del jugar es diferente a la del juego, ya que es una realidad más subjetiva y personal, es donde el niño podrá desplegar toda su personalidad y su capacidad creativa. La creatividad es una fuerza necesaria para la existencia, “el único antídoto contra la destrucción es la creación”, y la creatividad nace en el juego, es allí donde el niño está en libertad de ser creador, pudiendo desplegar todo su potencial. Dice Susana Gamboa de Vitelleschi que “la creatividad es un sí a la vida y un compromiso con la propia existencia” y qué mejor que el jugar del niño para potenciar su capacidad resiliente, potenciar sus fortalezas, sus aspectos sanos. María del Carmen Mosquera, habla de la creatividad como una puerta y dice que “trasponerla es vivenciar cómo una misma situación puede estructurarse de maneras distintas. Es encontrarse con las contradicciones y ambivalencias surgidas en las distintas situaciones, que muchas veces generan resistencias expresadas en el “no puedo”, “no soy capaz”. Muchas veces el “no poder” rige dentro del contexto hospitalario, desde lo institucional, y también desde los familiares o acompañantes en su afán de protección, pero considero que es justamente lo opuesto lo que hay que lograr, hacer sentir al niño sus fortalezas, lo que sí puede, lo cual reforzará también otro de los pilares de la resiliencia que es la autoestima, “la autoestima de alguien aumenta cuando prueba algo nuevo y afronta un desafío con éxito” . Dice María Regina Öfele que jugar es un acto de fe y que es desde ese acto de fe que el niño va creciendo, porque cree y apuesta a su propia esencia, pero remarca que, para que esto suceda, es necesario que otro antes haya creído en él. Esto coincide con lo que plantea Aldo Melillo sobre lo que se observó en todos los sujetos que resultaron resilientes, y es que “tenían, por lo menos, una persona (familiar o no) que los aceptó en forma incondicional… Necesitaban contar con alguien y, al mismo tiempo, sentir que sus esfuerzos, su competencia y su autovaloración eran reconocidas y fomentadas”.

El humor, considerado por algunos autores como la esencia de la creatividad, “muestra cómo la percepción de una situación puede reconfigurarse súbitamente y producir un cambio en el afecto y comportamiento del sujeto” y es visto como un indicador de buen pronóstico en lo que concierne a las posibilidades de cambio, según Daniel Rodríguez, quien estudió los efectos del humor como pilar de resiliencia. Esto se relaciona con lo planteado por Freud, “el humor no es resignado, es opositor; no sólo significa el triunfo del yo, sino también el principio del placer, capaz de afirmarse aquí a pesar de lo desfavorable de las circunstancias reales”. Tanto el humor, como la creatividad, se manifiestan en el jugar de los niños, como capacidad de poder ir más allá de la realidad, en palabras de Fidel Moccio “transformar, unir, combinar de diferentes maneras lo que ya existe. Una rebeldía a aceptar la realidad que nos han descrito”. ¿Qué más necesario que fomentar, en el niño que se encuentra hospitalizado, estas características para que sea capaz de afrontar su realidad desde sus propias fortalezas?

Será importante tener en cuenta qué ocurre si un niño que está hospitalizado no puede jugar, como así también observar y dar cuenta de lo que aparece en el juego, o cómo, para poder identificar la presencia de un problema. Nora Fornari indica que “si el niño no puede jugar es porque no puede apartarse de la realidad o porque se aparta tanto que está muy lejos de ella, en otra realidad”. Por su parte, María Regina Öfele señala que “el “no-juego” es una denuncia de que algo falló o al menos que en este momento no puede seguir circulando y necesita la escucha de otro atento, la mirada que sostiene, un acompañamiento o tal vez mejor, una nueva invitación a jugar”. Si un niño no juega, no es simplemente porque está padeciendo una enfermedad, sino que habrá que buscar en ello, y más allá de ello, qué es lo que está ocurriendo. Desde su postura, Fidel Moccio menciona tres tipos de bloqueos para la creatividad, que considero pueden ser aplicados también al jugar (ya que allí es donde se despliega la capacidad creativa de los niños): los bloqueos perceptuales (no ver cuál es el problema), los bloqueos culturales (por obediencia a las reglas imperantes de conducta, de pensamiento y de acción) y los bloqueos emocionales (se reflejan bajo la forma de inseguridad, de temor al error). Identificar el tipo de bloqueo que se presenta dará pautas sobre cómo poder ayudar al niño a superarlo.

En relación con lo anterior, María Regina Öfele señala que el contexto influye en el juego de los niños, como así también en el tipo de juego que predomina y menciona que la repetición de un juego puede tener un significado muy diferente, según en el contexto en que es jugado. “Cuando para un determinado niño, por ejemplo, la repetición de un juego puede significar una búsqueda de superación de obstáculos, para otro puede ser el resultado de una seria dificultad no elaborada”. También es necesario tener en cuenta lo planteado por Winnicott, en cuanto a la confianza que el individuo pueda tener, o no, en el marco donde actúa, “gracias a la confianza, el niño estará en condiciones de jugar de manera creadora”. Y ese marco no incluirá solamente el ambiente físico, sino también el ambiente social, es decir, el impacto de las estructuras de grupo, en el que está inmerso el sujeto, que pueden ser promotoras o inhibitorias de conductas creativas. “El juego es una aliado insuperable en la búsqueda de sentidos, uno de los caminos para lograr sujetos sanos”, por este motivo, los datos mencionados deben ser tenidos en cuenta cuando se observa al niño hospitalizado, para poder evaluar sus condiciones de salud, más allá de los síntomas físicos que padezca.

Por lo expuesto, ante la imposibilidad de un niño de poder jugar, de manifestarse creativamente, o la aparición de conductas extrañas en el juego, habrá que pensar qué es lo que está sucediendo, para poder intentar promover un cambio, desde su lado saludable, sus fortalezas, potenciando sus aspectos resilientes; ya que éste es un punto relevante para poder evaluar, también, las condiciones de salud de un niño que se encuentra hospitalizado.

El payaso de hospital… la creación de un espacio

Quiero ahora, presentar a un personaje que puede hacer una diferencia positiva dentro del marco hospitalario, a favor de promover el juego de los niños que se encuentran hospitalizados y, por lo tanto, su salud. Desde este punto de vista, es que considero al payaso de hospital como un agente de salud.

Dice Graciela Scheines que para inaugurar un espacio de juego “es necesario interrumpir el orden de la vida ordinaria, destruirlo temporalmente para fundar, en el vacío que queda en su lugar, el orden lúdico”; es necesario fomentar el trabajo lúdico desde la imaginación para poder encontrar nuevas respuestas ante posibles situaciones (Gamboa de Vitelleschi, 2006) y es esto, justamente, lo que es necesario instaurar en el marco de la internación pediátrica, un espacio donde los niños sean capaces de poder expresarse libremente, logrando una comunicación efectiva con los demás. En el espacio de juego, es en el único medio donde el niño puede y sabe manifestarse con libertad.

Aldo Melillo señala que el desarrollo de la resiliencia requiere de un cambio en las circunstancias del sujeto que le permita contar con el auxilio de un otro humano que genere y/o estimule las fortalezas de su yo, favoreciendo sus defensas y su capacidad de sublimación. Y es con ese fin que hace su entrada el payaso de hospital, procurando guiar al paciente hacia un estado lúdico, donde mediante el juego pueda expresar sus ansiedades, sus miedos, sus necesidades, sus deseos y comunicarse, logrando de esta manera una mejor vinculación con el entorno que lo rodea y otorgándole un lugar de actividad donde pueda manifestarse creativamente.

El payaso de hospital con su aparición transforma el espacio hospitalario, poniendo color y sonrisas, y habilitando, de esta manera, un espacio diferente, un espacio a la medida del niño.

Donald Winnicott plantea que “los chicos juegan con mayor facilidad cuando la otra persona puede y sabe ser juguetona” y considero que es, por esta razón, el motivo por el cual el niño se identifica fácilmente con el payaso, el payaso no “hace que juega” realmente ama jugar y pone toda su energía en ello. Esta relación empática contribuirá, también, a promover los aspectos resilientes del niño, que al verse reflejado en las actitudes y características del payaso podrá entrar al juego que éste viene a jugar.

El motivo de esta identificación que se establece entre el niño y el payaso está dada porque el universo del payaso está colmado de características propias de los niños, en su comportamiento, en su forma de razonar, en su manera de afrontar los problemas (Jara, 2000), el payaso hace todo lo que él quiere hacer, rebelarse, desobedecer, transgredir lo prohibido, importunar, divertirse, jugar; razón por la cual el niño proyecta en él sus deseos y proyectos (Jara, 2000). Cada niño se conectará con este personaje de acuerdo a su propia personalidad, habiendo niños que se mostrarán más participativos o activos que otros, pero aún cuando el niño adopte una postura más bien contemplativa, estará siendo un participante activo. Comparto lo planteado por Hans-Georg Gadamer (1996) en cuanto a que nadie puede evitar ese “jugarse-con”, ya que quien observa el juego es parte de él, siempre hay un trabajo de reflexión. El payaso utiliza la mirada como punto de conexión y comunicación, mira de frente, con los ojos bien abiertos, su mirada es clara, receptiva, abierta a conocer, una mirada que anuncia e informa, aún cuando intenta ocultar, el payaso busca compartir, implicar al que le observa, su mirada es un guiño de complicidad, una invitación a la confidencia (Jara, 2000). Es por estas características, sin dudas, que el payaso se presenta como un aliado ideal para el juego del niño.

Víctor Jara plantea que los payasos dejaron de actuar para hacer reír y se convirtieron en personajes creíbles, que se meten en situaciones que quien los observa puede aceptar como reales, entonces, explica, “reímos de lo que hace, por lo que hace o deja de hacer, reímos por lo que imaginamos y, sobre todo, reímos porque nos identificamos con él o identificamos algo o a alguien conocido en él o en su comportamiento” (Jara, 2000). Esto coincide con lo que dice María Colomer Pache, acerca de que “el humor es más bien esa percepción especial que nos hace distinguir algo. La identidad de lo cómico, pues, no está tanto en quien lo produce como en quien lo recibe”. La risa tiene un efecto terapéutico en sí misma, propia del arte que la provoca, es beneficiosa y relaja tensiones, pero la risa no es un fin en sí mismo para el payaso de hospital, sino un medio más para lograr la conexión con el niño y una herramienta más de su técnica.

Es importante destacar, que el rol del payaso de hospital es terapéutico, y no meramente recreativo, en tanto estará pendiente de lo que ocurra en el juego con el niño ante quien se presenta, observando qué sucede en ese acontecer. Si el niño no puede jugar procurará guiarlo hacia un estado donde pueda hacerlo, para lo cual deberá tener en cuenta qué tipo de obstáculos pueden estar afectando en ese momento al niño, recordando las palabras de Winnicott “ahí, en esa zona de superposición entre el juego del niño y el de la otra persona, existe la posibilidad de introducir enriquecimientos”. Como indica María Regina Öfele “el juego y el jugar en estos contextos – aunque no sea exclusivo de contextos adversos – permite devolver otra mirada al niño que está sufriendo, una mirada desde lo positivo y saludable que el niño tiene y va trayendo para poder continuar construyendo desde sus posibilidades”. El payaso de hospital deberá saber jugar, estando abierto, con la mirada atenta y percibiendo con todos sus sentidos para poder captar lo que cada situación presente y poder actuar en consecuencia, “el motivo de que el juego sea esencial consiste en que en él el paciente se muestra creador”.

Es por esto que el payaso de hospital no se presentará ante el niño con una rutina armada previamente, su herramienta es la improvisación como llave maestra de la creatividad (Nachmanovitch, 2007) y su soporte es su arte, la técnica de clown (payaso). Como señala Stephen Nachmanovitch, la improvisación es el libre juego, un juego que implica cierto grado de riesgo, ya que implica el poder tolerar el vacío, cosa que llena de miedo y que se trata de llenar con estímulos de todo tipo, pero que es fundamental en este trabajo, ya que estimula la riqueza de respuesta y de flexibilidad de adaptación, que es lo que se busca; abrir un espacio vacío donde el niño se pueda sentir en libertad de crear y con la complicidad de un compañero de juego, que está junto a él, que lo acompaña, que lo estimula. “Las dificultades provocadas por un campo de juego limitado, o por circunstancias frustrantes, a menudo encienden las sorpresas esenciales que más tarde contemplamos como creatividad”, y esto puede observarse en el jugar del niño hospitalizado. En las bellas palabras de Pichon Rivière “el objetivo estético en tanto recreación de vida, es la vivencia de lo maravilloso donde subyace la angustia, el temor y la muerte” y como señaló Wellington Nogueira, fundador de Doctores da Alegría: “Nada de lo que yo pueda crear va a ser más fascinante que lo que un niño pueda crear en la adversidad de una internación”.

La improvisación es usar lo que se presenta en el momento, es el aquí y ahora en su máxima pureza, es el estar abierto a los estímulos para poder responder creativamente, es percibir si funciona o no, es ser flexible ante la interacción con ese otro, en este caso, un niño que padece una enfermedad y que se encuentra hospitalizado. Es la búsqueda de la identificación, objetivo de todo arte (Jara, 2000). Es la tolerancia al vacío procurando que no ocurra lo que describe Claudio Mangifesta, “otras veces, aparece una primera idea o imagen, y el creador se enamora de ella, expresando la dificultad para desprenderse de la misma y explorar otras imágenes, cortando así el flujo o desborde incesante que el encuentro con lo abierto produce”, cerrarse a una idea inhibirá el despliegue de creatividad del niño, que es el objetivo primordial en la tarea que realiza el payaso de hospital.

Sin dudas, el payaso de hospital no viene a suplir la tarea del personal sanitario con respecto a la salud del niño, sino que viene a colaborar con el mismo. Es por esta razón que, para que el trabajo del payaso de hospital sea optimizado, en función de la salud del niño, deberá contar con el apoyo del equipo sanitario que lo atiende habitualmente y que será quien pueda brindar datos de suma importancia respecto del paciente. Esto implica hablar de un equipo multidisciplinario que pueda abarcar desde distintos ángulos (suplementarios, desde la acepción que Rodulfo le da al término) al niño como un sujeto biopsicosocial y a su salud en función de dichos aspectos.

Para reflexionar… la necesidad de un cambio

Si bien Ana María Ullán de la Fuente y Manuel Hernández Belver han analizado la situación de la internación pediátrica en España, se pueden retomar sus palabras para exponer lo que aquí también sucede, en tanto que “la administración sanitaria no contempla las necesidades de juego de los niños hospitalizados entre aquellos aspectos que le incumbe atender, a pesar de que el derecho a jugar está reconocido expresamente como un derecho” (Ullán de la Fuente, Hernández Belver, 2004). Generalmente, el personal sanitario de las instituciones valora las labores de grupos de voluntarios, que apuntan a promover el jugar de los niños hospitalizados, a veces por reconocer el valor que dicho espacio tiene y otras por considerarlo un momento recreativo para los niños, pero, lo que es real es que no es un espacio que esté institucionalizado y al cual se le otorgue la relevancia que realmente tiene, ya que considero que “a través del juego el niño puede mejorar notablemente su situación emocional y su adaptación al entorno hospitalario, con lo que ello implica de mejora en sus condiciones de salud” (Ullán de la Fuente, Hernández Belver, 2004).

Retomo las palabras de María Colomer Pache: “Los hospitales (…), demasiados espacios públicos y sociales siguen siendo inadecuados para responder a las necesidades de niños y niñas. Se les sigue negando el derecho a ser niños, negándoles el juego y la risa… el mundo adulto, que, a pesar de otorgarle unos derechos, se los niega en la práctica”. Esto sea así porque parecería que cuesta comprender el jugar de los niños en su verdadera dimensión, con la importancia que ello tiene en el desarrollo de un niño sano; aún hoy, el jugar del niño es visto como una forma de recreación propia de la infancia.

Es por lo expuesto, que considero una necesidad promover y ampliar distintos espacios de juego para los niños que se encuentran hospitalizados, porque es una necesidad para ellos, para continuar su proceso de crecimiento en forma saludable, y porque es un derecho que está contemplado en nuestra Constitución y que debería verse realizado en la realidad efectiva.

Valeria Andrusiewicz es Operadora en Psicología Social (título oficial, 2003), Diplomado en Juego (cursado y aprobado en 2007), Payasa de Hospital (miembro fundador del grupo Hospisonrisas, trabajando actualmente ad honorem en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez)

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