Entrevistas

30 DE MARZO DE 2008 | ENTREVISTA A ADRIANA RUBISTEIN

“El psicoanálisis no es una cosmovisión ni tiene respuesta para todo”

Uno de los problemas que tiene que enfrentar actualmente el psicoanalisis es el avance de las neurociencias. Frente a ello resulta necesario profundizar y encontrar modos propios de dar cuenta del trabajo y los efectos del psicoanálisis, siempre y cuando los psicoanalistas sepan que “no-todo” es psicoanálisis. Así propone Adriana Rubistein, coordinadora de la práctica profesional “Un acercamiento a la experiencia” de la Facultad de Psicología de la U.B.A. y analista miembro de la EOL.

-¿Cuál era el contexto del país en el momento en que se inició en el campo psicoanalítico?

-Yo empecé por la sociología y fui volcándome desde allí a la psicología social hasta que me dediqué directamente a la clínica. Respecto del contexto político, “el proceso” militar marcó un antes y un después en el país que incidió en el psicoanálisis, sobre todo por la reducción del espacio del psicoanálisis en la carrera de psicología y por las condiciones de la práctica, en privado y en los hospitales. Antes del proceso, el psicoanálisis en la facultad tenía mucha importancia, porque la carrera de psicología a pesar de que los psicólogos no entraban en la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), tuvo desde sus comienzos una marca fuerte del psicoanálisis en la formación, con profesores como Bleger, Liberman y Ostrov, miembros de la APA, que formaban psicólogos para trabajar complementariamente con los médicos psicoanalistas. En ese contexto y todavía antes de la incidencia de Lacan en el psicoanálisis, se discutía si el psicoanálisis iba o no con lo social y había al respecto distintas posiciones. Por otra parte hasta los años 70 el psicoanálisis había desarrollado lo que se llamó la “escuela argentina” y la orientación kleiniana y americana eran hegemónicas. El psicoanálisis lacaniano lo trajo Masotta a fines de la década del 60 y principios de los años 70 y empezó a ser cosa de grupos muy chicos, selectos.
En ese momento yo era socióloga y entré como ayudante en la cátedra de Introducción a la Psicología de Bohoslavsky, una cátedra de orientación psicoanalítica. Fue un momento de mucho crecimiento de los psicólogos. Es decir que no estaban las obras sociales, los prepagos, no había nada que implicara proletarización de los psicólogos. Había una expectativa de trabajo clínico importante y la gente pudo empezar su práctica en los hospitales y consultorios privados. Aún cuando era un momento en el que la Asociación Psicoanalítica Argentina, la institución de la IPA en Buenos Aires, no reconocía la práctica del psicólogo en el terreno de la clínica. Eso quiere decir que durante bastante tiempo, hasta la sanción de la ley del psicólogo que fue sancionada recién en el año 1985, la práctica clínica y psicoanalítica de los psicólogos era ilegal. Por eso la asociación de psicólogos largó una consigna que fue “hacer legal lo que es legítimo”. La APA no dejaba entrar a los psicólogos porque que no estaban habilitados para la psicoterapia y eso hizo que la formación psicoanalítica estuviera sostenida por fuera de las instituciones oficiales de psicoanálisis de aquélla época.
El efecto del proceso fue muy tremendo. Hizo que el psicoanálisis en la facultad quedara muy reducido. Yo ya había terminado la carrera de sociología, estaba como docente y me echaron de la facultad. Cuando reabrieron la facultad de psicología, luego de un período de cierre, decidí terminar las materias que me faltaban de psicología. En esa época creció la incidencia de Lacan dentro del psicoanálisis, incluso desde antes del proceso también. La formación del psicólogo durante toda esa época se realizaba por fuera de la universidad, fundamentalmente en grupos de estudio, práctica que fue desapareciendo con el surgimiento de los posgrados. Luego el psicoanálisis volvió a la universidad con la democracia y ya la incidencia de Lacan estaba en la cultura. Además en el `80 Lacan estuvo en Caracas y en Argentina se armó un movimiento importante. La presencia de Miller en Argentina en el año 1982 tuvo el valor de intentar hacer a Lacan entendible. Eso marcó un viraje muy grande en la formación de psicoanalistas y en la práctica misma del psicoanálisis en Argentina. Después hubo escisiones porque en torno a Miller estaban al comienzo nucleados casi todos los lacanianos de Buenos Aires. Después hubieron divisiones, diferencias, y todo lo que sabemos que pasa en los marcos institucionales cuando hay discusiones por el poder.

-¿Cómo fue su inserción en el hospital?
-Antes de terminar las materias que me faltaban de psicología estuve trabajando en investigación en psiquiatría social en el Centro de Salud Nº1, en un equipo interdisciplinario coordinado por Raquel Ferrario. Fueron investigaciones muy interesantes sobre la mujer en las historias clínicas y sobre la deserción de pacientes en la institución. En 1977 entré en el Hospital Evita (ex Araoz Alfaro) de Lanús, en el servicio creado por Mauricio Goldenberg en 1956. Fue un servicio que fue un pionero en todo lo que implicaba la presencia del psicoanálisis en los hospitales, una experiencia muy propia de nuestro medio. El armó un servicio de psicopatología con gente formada psicoanalíticamente y abrió una sala de internación en un hospital general, algo inédito hasta ese momento. Anteriormente Pichon Riviere había creado una comunidad terapéutica en un hospital psiquiátrico monovalente, pero no era lo mismo incluir la internación en el hospital general. También se armó allí un servicio de consultorio externos en psicopatología. Como dice Lacan, con oferta se creó demanda. Los médicos empezaron a derivar al servicio y se fueron haciendo lazos de trabajo. El servicio llegó a tener mucho prestigio y era un lujo formarse allí. Había un servicio que se llamaba patrulla, que es lo que ahora es la interconsulta, que iba por los distintos servicios de medicina, había guardias, se crearon proyectos de adolescentes en el servicio de ginecología. Hubo un movimiento muy importante que fue el comienzo del psicoanálisis en las instituciones públicas. En verdad era una psiquiatría dinámica. En ese momento todavía Lacan no tenía peso en nuestro país. Era un psicoanálisis con orientación kleiniana.
Cuando yo entré, ya se había ido mucha gente, Goldemberg ya no estaba, Valentín Barenblit que lo sucedió, tampoco y el servicio quedó acéfalo. Tardó un tiempo en rearmarse y nunca fue lo mismo.
Pero la incidencia de Lacan en el psicoanálisis llegó al hospital. Se discutía si se puede hacer psicoanálisis en el hospital, o no. En verdad cuando Goldenberg fundó este servicio y los psicoanalistas se acercaron a la práctica hospitalaria y tuvieron que pensar cómo hacer con las limitaciones de tiempo, algunos como el Dr. Fiorini inventaron la psicología psicoanalítica de objetivos limitados, las terapias breves. Cuando Lacan empieza a tener peso, eso cambió porque para la práctica psicoanalítica no necesitás afirmarte en un standard, ni es esencial el diván ni las cuatro sesiones semanales. Lacan planteaba la libertad de la táctica, eso tuvo un aflojamiento de la ortodoxia psicoanalítica y ha abierto una posibilidad de atención y práctica psicoanalítica en los hospitales sin que por eso dejara de ser psicoanálisis ni tuviera que convertirse en psicología psicoanalítica. Hoy desde la “orientación lacaniana” hablamos de psicoanálisis aplicado.
Nuestra historia tiene momentos de fanatismo...de oscuridades. Los primeros lacanianos, a veces muy cerrados, hicieron muchas macanas, que ganaron bastantes antipatías. Al comienzo había una oposición a la medicación, por ejemplo. Recuerdo una colega del hospital que decía que era mejor atar al paciente que medicarlo. Pero una cosa es oponerse a la psiquiatrización y otra es a la medicación.
Por otro lado, se abrió un camino de práctica de los psicoanalistas en el hospital que después se extendió a muchos hospitales. En función de toda la perspectiva de la práctica psicoanalítica se crearon servicios de psicopatología y salas de internación en muchos hospitales generales. En ese momento todavía no había residencias para psicólogos. Hubo progresivamente una consolidación de la práctica del psicoanálisis en los hospitales con muchas discusiones, pero con presencia. Cuando se crearon las residencias y concurrencias, luego de la vuelta de la democracia, había una presencia que todavía hoy sigue siendo muy importante.

-¿Qué obstáculos encuentra en el ámbito hospitalario para la práctica analítica?
-Creo que hemos dado un paso importante. Creo que hoy está bastante consolidado. Cuando me fui del hospital, luego de haber hecho una concurrencia de seis años en Lanús, quedé insertada en los hospitales como supervisora. Estuve mucho tiempo como docente y supervisora del Hospital Alvarez, varias camadas de residentes trabajaron conmigo. Me interesa particularmente pensar la especificidad que tiene la práctica allí. Hay obstáculos clásicos básicamente ligados al tiempo y al dinero pero que más que imposibilidades introducen el desafío de inventar el psicoanálisis en nuevas condiciones. Hace ya varios años escribí un trabajo al que llamé “El psicoanálisis en el hospital: ante lo imposible inventar”, en que discutía con los que pensaban que porque había un tiempo limitado y no había pago, era imposible el psicoanálisis en el hospital. Me parece que lo esencial del psicoanálisis está en el modo de escuchar y de intervenir aún en condiciones no convencionales de tiempo y espacio.
A medida que pasó el tiempo, cambiaron las discusiones. Hoy la perspectiva del psicoanálisis aplicado legitimó desde el psicoanálisis la práctica del psicoanálisis en la institución. Además el hospital ofrece la posibilidad de trabajo conjunto con médicos y psiquiatras que resulta sumamente interesante. Es habitual que los médicos deriven a psicopatología y lo psi forma parte de nuestra cultura. También es cierto que en los comienzos hubo muchos psiquiatras interesados en formase psicoanalíticamente. Eso está cambiando un poco. Y ese es uno de los problemas que tenemos que enfrentar hoy, que es el avance de las neurociencias, no en su especificidad, sino cuando ellas se proponen como sustitutos del psicoanálisis e incluso de la psiquiatría misma. Esto atrae a muchos psiquiatras y puede alejar a los médicos del psicoanálisis, lo cual es un problema porque es importante tener médicos y psiquiatras formados en psicoanálisis para no hacer una oposición absurda entre psicoanálisis y medicina o psiquiatría. Por suerte dentro de la psiquiatría misma hay diferentes posiciones.
También es un problema lo que viene muy de a poquito entrando a los hospitales, que son algunos avances del cognitivismo. Los sistémicos tienen inserción en algunos equipos, de familia sobre todo, pero todavía la hegemonía la sigue teniendo la perspectiva psicoanalítica. Por otra parte es una dificultad a enfrentar el empuje a la medición y a la evaluación en términos pretendidamente científicos que no condicen con la especificidad del psicoanálisis.

-¿Qué cree que podría hacer el psicoanálisis frente a esta tendencia de avance del cognitivismo que comenta y a estas tentativas de medición?
-Me parece que el psicoanálisis tiene que saber qué dicen los cognitivistas para tener elementos para responder cuando lo que vienen son críticas como el libro negro del psicoanálisis. Lo fundamental es formar gente en psicoanálisis, consolidar cada vez más su práctica, poner a prueba sus conceptos, investigar, dar cuenta de los resultados sin ceder a las evaluaciones ni a los términos cientificistas. Es esencial hacer entender a la salud pública y a la comunidad, la especificidad que tiene la evaluación en el campo del psicoanálisis, no reductible a los términos de la eficacia y eficiencia médicas.
Me parece que hay un trabajo para hacer dentro del psicoanálisis que es desarrollar los propios modos de investigación, las propias maneras de dar cuenta de los resultados del psicoanálisis. Hubo un cambio que fue importante, porque los psicoanalistas en algún momento, insistieron demasiado en que el psicoanálisis no curaba (al modo médico) y eso dejó un terreno muy propicio para el avance de otras terapéuticas que dicen que curan y que son más efectivos que los psicoanalistas. Si bien no se trata de curar en el sentido médico, se trata de sostener una cura. En eso ya hemos hecho también un movimiento muy importante porque hay una dimensión terapéutica del psicoanálisis y de las posibilidades de efectos y resultados aún en tiempos cortos, que rompen la idea del psicoanálisis standard que sólo funcionaría a muy largo plazo y en consultorios privados. Hay una política en ese sentido de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y del Campo Freudiano, con una perspectiva de psicoanálisis en extensión y aplicado, que surgió hace menos de diez años, que implicó un reposicionamiento y revalorización del psicoanálisis en el campo de la salud mental, y en la inserción en la cuidad. Eso permite afianzar sus propios recursos en condiciones de dispositivos distintos, incluso con campos no estrictamente clínicos, es decir la presencia de los psicoanalistas en juzgados, escuelas. En algún momento se hacía y se veía como mala palabra. Parecía que el psicoanálisis solo podía practicarse en el consultorio. Ampliar la perspectiva de la aplicación del psicoanálisis a dispositivos diferentes y en relación con otros discursos es una política muy interesante. Siempre y cuando los psicoanalistas sepan que “no-todo” es psicoanálisis. El psicoanálisis no es una cosmovisión ni tiene respuesta para todo. Hay límites de la propia práctica. Pero también hay la posibilidad de introducir una perspectiva diferente en los otros discursos y contribuir a enfrentar los impasses de las otras prácticas. Pero no sustituir una práctica por otra, eso sería nefasto. Incluso con la psiquiatría habría que encontrar la posibilidad de hacer acercamientos con ella y romper la perspectiva que diga que todo es neurociencia, la perspectiva más biologicista. Hay un trabajo por hacer de política del psicoanálisis que va en varias direcciones: en la relación con los otros y en el interior. Es decir, profundizar y encontrar modos propios de dar cuenta del trabajo y los efectos del psicoanálisis.

-Además de la clínica, está realizando investigaciones ¿sobre qué tratan?

-Tuve un proyecto de investigación en el año 1998 sobre la terminación de los tratamientos psicoanalíticos en las instituciones hospitalarias. Allí nos preguntábamos cómo terminaban los tratamientos, qué pasaba con los finales cuando estaban las restricciones de tiempo. Fue una investigación que duró tres años. En ese momento ubicamos algo que fue precursor de lo que actualmente se consideran ciclos del análisis. Nosotros distinguíamos fin de análisis de lo que llamamos “momentos conclusivos”, momentos que no eran interrupciones pero que tampoco eran el fin de análisis más ideal. Eran conclusiones con resultados, un “hasta aquí”.
En esa línea de investigación después me ocupé de revisar en los textos de Freud la perspectiva sobre la eficacia del análisis. Di una vuelta sobre el uso del caso en psicoanálisis, tratando de recuperar el empleo de la casuística y de la lógica psicoanalítica para la investigación psicoanalítica y que no haya que conceder al cientificismo.
Recientemente presenté para el 2008 un proyecto sobre efectos terapéuticos de la intervención analítica en instituciones con la idea de trabajar casuística y ver qué efectos se producen y cómo pensar lo terapéutico. Anteriormente ni se hablaba de la eficacia terapéutica y de a poco va tomando interés. Pero hay que responder al cognitivismo que plantea que ellos son eficaces y el psicoanálisis no. Se trata de otra eficacia. Me parece que hay una perspectiva de formación de las nuevas generaciones para poner a prueba nuestra práctica, ofrecer argumentos que no se sostengan desde la chicana.


Adriana Rubistein es Lic. en psicología y sociología. Analista miembro de la EOL. Prof. Adjunta regular de Clínica de Adultos I y coordinadora de la práctica profesional “Un acercamiento a la experiencia”, ambas en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Investigadora de Ubacyt. Profesora Titular de Psicoanálisis en la UB y de Psicopatología en la UCES. Supervisora y docente de concurrentes y residentes. Docente del Instituto Clínico de Buenos Aires

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