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24 DE SEPTIEMBRE DE 2007 | UN RECORRIDO POR TEXTOS FREUDIANOS

Toponimias clínicas

La problemática inicial del freudismo gira en torno a la etiopatogenia de la histeria. Esta investigación se orienta con rapidez hacia el núcleo traumático dando origen a problemas técnicos: las “capas de cebolla”, por ejemplo, en Psicoterapia de la histeria, que figuran una aproximación sucesiva y dificultosa al trauma. La interpretación de los sueños también plantea problemas clínicos: la alucinación paranoica y la histérica, la producción de la imagen onírica.

Por Carlos Faig
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Es esto lo que hace que la reflexión se ofrezca a la crítica en cuanto es posible confrontar la solución provista con el problema planteado.

En el caso de este esquema, una nota de 1919, que transforma el modelo lineal en circular –al agregar la conciencia en el polo perceptivo– nos advierte que existen, en efecto, problemas no resueltos. El texto y el esquema no coinciden. La dirección regresiva del aparato no puede explicar el análisis verbal de la alucinación (la dirección regresiva no se encuentra con palabras) así como tampoco puede dar cuenta del valor de rebus de la imagen onírica.

El historial de Dora, se sabe, es una extensión de La interpretación de los sueños: Freud había pensado titularla Los sueños y la histeria. En el mismo sentido Psicopatología de la vida cotidiana extiende las leyes del proceso primario al sujeto “normal”, es decir, a la vida cotidiana y la vigilia.

Gradiva, por su parte, interroga si el análisis de los sueños puede aplicarse a los sueños no soñados, a los sueños escritos por W. Jensen.

En 1915, en plena metapsicología, la tripartición conciente-preconsciente-inconsciente sigue respondiendo al fenómeno del lapsus, exagerando las cosas y saltando las complicaciones y los vericuetos diversos de este momento de la producción freudiana. Alguien quiere decir algo y se oye diciendo otra cosa. No es una mala ilustración de la metapsicología y, aun a pesar de la precariedad del ejemplo, se entiende que es a grandes rasgos aprehensible de qué nos habla Freud.

La segunda tópica, que complejiza los primeros esquemas del aparato psíquico, introduce la identificación y la pulsión de muerte. Se observará que nos alejamos de los datos primeros recogidos por Freud y que este modelo incluye la presencia del psicoanálisis sobre la clínica. En primer lugar, por la crisis que sucede al optimismo de los primeros años de existencia del psicoanálisis, visible en una disminución patente de la eficacia terapéutica de la interpretación. Los nuevos –o renovados– “monstruos” engendrados por el psicoanálisis ya no movilizan las mismas fuerzas. Pero también en razón de una suerte de iatrogenia analítica cuyo vector es la R.T.N. Lo cierto es que análisis y analista aparecen impresos sobre el aparato psíquico, aunque solo sea bajo la forma de la identificación.

En una línea similar se sitúa Análisis finito e infinito. Este texto ya no responde a un problema previo al psicoanálisis. Responde, si es el caso, a un problema posterior a su práctica: cómo termina (problema, hay que observarlo, semejante pero no idéntico al de la cura).

Una situación aparte vale para Tótem y tabú y Más allá del principio del placer. El primero es el verdadero texto de Freud sobre la transferencia en tanto su desarrollo sostiene la pregunta: ¿Qué había antes? O bien: ¿Quién sabía antes? ¿Quién lo sabía antes sobre esta relación sexual que obtenemos ahora? Es un texto, pues, exigido a Freud por su propia experiencia, aunque revestido con datos antropológicos, de los que sabemos que no por casualidad fueron muy velozmente procesados. De modo similar, el nuevo Edipo freudiano, Moisés –renovado en la versión Sellin/Freud– y un sector de Psicología de las masas, se inscriben en la misma reflexión.

Más allá... es, tal vez, el texto más especulativo de Freud. No obstante esto, se abre sobre datos clínicos: la repetición, la R.T.N., la observación que hizo Freud de su nieto. Y aun cuando la biología de Weismann sea una metafísica sobre objetos biológicos y Fechner otro metafísico que se ocupaba, como podía, de establecer el sexo de los ángeles, la pulsión de muerte no deja de recordarnos algo de la posición del analista: de algún modo adquiere un deseo más fuerte que los deseos que lo tientan en el pequeño mundo de su consultorio. Recordemos que este texto no sólo se sitúa en la crisis de los años '20; contribuye a precipitarla.

Hay aún artículo cuyo título mismo es clínico: Duelo y melancolía; Perturbaciones psicopatógenas de la visión; etc. No queremos decir con todo esto que la elaboración de Freud sea empirista. Queremos observar, en este recorrido somero, que la lectura de Lacan no descubre el mismo suelo: la clínica no es allí visible ni aprehensible de primera intención. Debemos subrayar también que la complejización creciente del modelo freudiano se acompaña de un principio, conocido en la epistemología y la sociología del conocimiento: la presencia del observador y su influencia en el campo de los datos que se estudian. Los esquemas, pues, en inicio basados sobre datos objetivos, si cabe la expresión, se hacen cada vez más dialécticos.

Relación sexual y tótem en los cinco psicoanálisis

Es curioso que no se haya observado que cada uno de los cinco psicoanálisis de Freud presenta una forma de relación sexual y una representación totémica. Quizá la omisión sea comprensible cuando se analizan los intentos de lectura lacaniana de Freud; es más difícil de explicar en la literatura analítica anterior a Lacan.

En efecto, El hombre de las ratas presenta una relación sexual anal y las ratas por tótem; El hombre de los lobos un coito a tergo y los lobos como representación paterna; Schreber copula con Dios asintóticamente, y es artífice de una prueba de ordalía como las águilas (cf. apéndice del historial); Juanito, filiado vía los caballos, a más de la masturbación, ha visto, según cree Freud, una escena primaria (que no se consigue determinar); Dora, aun siendo una joven e ingenua señorita vienesa, conoce el coito oral, pero el tótem parece, en primera instancia al menos, ausente de este historial.

Agreguemos a esta lista a Leonardo, Un caso de paranoia contrario..., y Lo siniestro. En Leonardo se trata también de una fellatio y el tótem es la Mut egipcia, figura andrógina y partenogenética, deducida erróneamente por Freud a partir de un recuerdo infantil que no ponía en escena a un buitre sino a un milano. Un caso de paranoia contrario presenta una sobreimposición de la paciente que acude a la consulta de Freud con una escena primaria. Lo siniestro, basado en el relato de Hoffmann, nos muestra, si no un coito escópico, al menos la atracción en el terreno escópico. Y El arenero, ¿no sería mejor El hombre de la arena en el estilo freudiano?

Cuando los datos no alcanzan para determinar el tipo de relación sexual o la representación paterna en juego, las protofantasías vienen en ayuda de Freud. Lo cierto es que la exposición freudiana cubre, casi a la perfección, ambas columnas, como si Freud las tuviera por requisito imprescindible de una presentación clínica adecuada.

La equivalencia. síntoma orgasmo

Si se quiere reflexionar sobre el punto anterior no puede desatenderse la equivalencia entre síntoma y orgasmo que recorre la obra de Freud y se liga a la satisfacción sexual en cuanto ésta refiere al síntoma.

¿Cómo pudo ocurrírsele a Freud este parentesco y dónde hallarlo? En primer lugar, en la sintomatología de la histeria. Por ejemplo, en el arco de círculo –representación antitética del abrazo del coito–, común en la época; y, más en general, en la fantasía inconsciente de la histeria (cf., p.e., Fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad). No es menos cierto, en segundo lugar, que el modelo fijación-frustración-regresión supone un fracaso del orgasmo (al eludir la primacía genital) y la producción de un equivalente. Por generalización llegamos a la teoría económica freudiana, ya sea a la descarga o a la función homeostática del síntoma. Pero, al revés, el desarrollo psicosexual supone el orgasmo. Que las fases oral y anal –y no hay movilización gay que pueda conseguirlo– no puedan producir, de hecho, una forma de orgasmo específico y propio las predestina a subordinarse a la genitalidad. No sin razón la referencia al orgasmo infantil es tan escasa en la literatura analítica. La teoría de la histeroepilepsia, en tercer lugar, vuelve sobre esta equivalencia. Freud asimila la ausencia epiléptica y el orgasmo en términos de “una pequeña muerte” (cf. Dostoyevski y el parricidio, O.C., p. 3006).

En cuarto lugar, la descripción de ciertos síntomas (para no hablar de la angustia) y el orgasmo presentan signos similares: respiratorios y cardiovasculares, en especial.

Esta equivalencia –y es lo que nos importa– es también aprehensible en los historiales: en la afonía y la tos de Dora (que remiten a una fantasía de fellatio); la condición erótica del Hombre de los lobos (la mujer en cuclillas); el goce de las ratas (que remite a un coito anal en el Hombre de las ratas); la voluptuosidad de Schreber (de la que participa el coito con Dios); la masturbación de Juanito (que se ve amenazado por el caballo y atrapado en el incesto).

La inversión lacaniana

En Lacan la situación respecto de la clínica es bien diferente. No hay más que unas pocas referencias a ella y, hay que decirlo, en principio no se sabe de qué nos habla. Asimismo, la sofisticación y la dialectización crecientes –aunque siempre precaria, puesto que la dialéctica no conviene al psicoanálisis– de la teoría freudiana se detienen. No se trata ya de la influencia de la existencia del psicoanálisis sobre la clínica ni de la interacción entre ambos términos. La clínica desplaza su eje hacia el analista y se vuelve, aunque parezca una necedad, una clínica del deseo del analista, o aun, sin eufemismos, una clínica del analista.

Es el analista mismo el interesado en cuestión. Sin observar esta inversión no puede comprenderse de qué habla Lacan. Y aunque éste reexamine la clínica freudiana, lo que cuenta allí es el deseo de Freud.

Si bien este movimiento hacia el deseo del analista se construye paso a paso y aparece con un perfil sólido después de más de diez años de enseñanza, los seminarios anteriores tienden hacia él, así como, podría decirse, la teoría de Lacan tiende a Proposición del 9 de octubre. Texto clave con posterioridad al cual ya no hay referencia clínica ninguna. (Excepto una mención, en el seminario XVI, a un caso de Helen Deutsch, pero citado a propósito de la disyunción saber/poder, y no en función de un interés dirigido al caso mismo.)

Esta suerte de teoría generalizada que concurre hacia el deseo del analista –o hacia el objeto (a) si se prefiere– ha producido, creemos, la desaparición del género “historial”, que pierde sentido y alcance en esta perspectiva.

Debemos suponer también que no se ha realizado un análisis serio (que extraiga consecuencias) de la posición que Lacan adopta sobre la clínica freudiana. Se mezclan, en las revisiones que se han hecho, épocas disímiles de Lacan. Los análisis en el seminario IV de los historiales freudianos, por ejemplo, acuerdan con el esquema L y se corresponden con él, pero son ajenos e incompatibles con Proposición.

Freud como enigma

Si en Freud situamos, en el terreno clínico, una forma de relación sexual y de tótem, en Lacan por el contrario, no hay relación sexual ni en consecuencia, filiación que no sea bastarda. La relación sexual encuentra su lugarteniente en el objeto (a) y la clínica lacaniana no es una clínica del padre –el padre es un síntoma–, como tampoco una clínica del síntoma, es una clínica del fantasma.

Pero hay que deducir –situado el fantasma, el deseo de Freud y liquidado el referente que constituía la relación sexual– que Freud se vuelve enigmático. Lacan hace desfilar los conceptos freudianos en la vía del deseo de su creador. El saber de Freud se torna así una referencia fundamental del campo psicoanalítico pero perdiendo, al mismo tiempo, contenido y eficacia. Y lo que cuenta no es ya este saber en sí mismo, sino Freud como representante del saber. Nos vemos frente al saber supuesto. La teoría freudiana es así la inmensa maquinería del saber supuesto. Si no podía haber descubrimiento del lugar sin asignarle contenido –como dijo Lacan–, tampoco podía haber inconsciente sin Edipo. El saber supuesto, esa x, fue supuesto bajo alguna forma. Pero hay inconsciente porque están esos términos allí –esos significantes amos, como los llamaba Lacan–, y no al revés, puesto que el inconsciente no podría justificarlos. Los términos de la deducción pueden invertirse y el proyecto freudiano pasa a ser examinado “del revés”.

Del cifrado del sueño, su contenido manifiesto, la condensación y el desplazamiento, la asociación libre y la interpretación, el padre freudiano, las formaciones del inconsciente, sólo hay que eliminar la hipótesis del inconsciente para convertir todo en un enigma: el inconsciente no es lo que suponemos, es lo que nos hace suponer.

En este nivel, la ortodoxia de Lacan es un problema indecidible. Al mutar el campo hacia el deseo de Freud ya no puede resolverse: Lacan es y no es ortodoxo, puede prescindir casi completamente de Freud y no puede existir sin él.

Pero, en otro sentido, también el texto de Lacan adquiere la forma del saber supuesto, hay subducción del saber. Y, para producir una fórmula, habría que decir que en Lacan el rigor es el envase. El producto es otra cosa: no lo que acostumbramos a comprar y vender bajo esa etiqueta.

Relación sexual y final del análisis

Si el síntoma en la obra de Freud dificulta la relación sexual, si el orgasmo masculino –como lo observó Lacan– es el modelo privilegiado de satisfacción (“Freud –decía Lacan– se prosterna ante el goce fálico”), en Lacan la solución del síntoma corre por cuenta del fantasma, el síntoma desaparece cuando se desvanece lo que obtura la ausencia de relación sexual. Se ve así qué detenía a Freud y por qué Lacan lo ha retomado desde Análisis finito e infinito, aporía mayor del freudismo. Para concluir, ¿no es un dato extraño que el psicoanálisis disponga en escena, cuando se trata de la teoría de Lacan, dos de los objetos que teoriza: la mirada y la voz? La importancia capital de estos dos objetos forma parte del setting, en esquizo. Y, o bien esto les resta veracidad, o bien debemos considerar que la esquizo tiene una importancia particular en la transferencia analítica, que ha sido descuidada y que debería llevar al terreno pulsional –bastante esquivado por cierto en el abordaje clásico de la transferencia–.


Carlos Faig es Psicólogo (UBA) y psicoanalista. Ex profesor UBA (adjunto en Psicología comprensiva y titular en Fundamentos de la práctica analítica). Entre sus publicaciones se encuentran: La transferencia supuesta de Lacan, ed. Xavier Boveda, Bs. As., l985; La clínica psicoanalítica, Xavier Boveda, 1986; Lecturas clínicas, Xavier Bóveda, 1989; Refutaciones en psicoanálisis, Alfasì, 1991; Nuevas refutaciones..., Alfasì, 1991; La escritura del fantasma, Alfasì, 1990; El saber supuesto, Alfasí, 1989.

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