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6 DE AGOSTO DE 2007 | POR AUSENCIA DE CONFLICTO PSÍQUICO?

Acerca de la gravedad

Desde hace varios años se ha producido una modificación en el tipo de pacientes que concurren tanto al hospital como al consultorio. El comentario que solemos hacer entre los colegas y que predomina en los ateneos es que esta modificación implica una mayor gravedad de los pacientes. Ahora bien, ¿Mayor gravedad, respecto de qué? ¿Cómo definir la gravedad?

Por Claudio Di Pinto
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Partamos de las neurosis de transferencia. Estas como sabemos, son una pregunta y los síntomas funcionan como una respuesta que el sujeto se da a esa pregunta (Sería mas preciso decir que tanto la pregunta como la respuesta se da precisamente en el lugar del sujeto).

Pregunta acerca del ser, es decir acerca de la falta. Pregunta ante el padecimiento que implica la falta de completud y la falta de armonía entre el sujeto y el objeto. Esto es lo que muestra la neurosis: si bien todo sujeto cae bajo el golpe de la castración, no todo sujeto es neurótico en el sentido de que el neurótico muestra la castración como enfermedad. Eleva la falta al estado de enfermedad. Es entonces la falta o el ser lo que funciona como motor de las relaciones del sujeto con el mundo, como enigma y también de lo que se padece.

Los síntomas, siguiendo esta línea de pensamiento, constituyen una respuesta a dicho enigma. Son las respuestas que un sujeto se da acerca de la falta.

En la histeria los síntomas son una respuesta a la pregunta “¿Qué es una mujer?”, y en la neurosis obsesiva una respuesta a “¿Qué es un padre?” o bien acerca de la mortalidad.
Los síntomas tienen en estas neurosis un carácter metafórico, lo que implica una sustitución donde se pone en juego una “significación inaccesible para el sujeto”.

Es en relación a estas neurosis donde esta en juego la sustitución que surge el psicoanálisis.
Retomando entonces lo planteado al comienzo: ¿se han modificado las preguntas que generan padecimiento en los pacientes que concurren tanto al hospital como al consultorio?.

Los sujetos histéricos ¿ya no se preguntan acerca de qué es una mujer?, los sujetos obsesivos ¿dejaron de preguntarse acerca de la paternidad o acerca de la muerte?. Entiendo que estas interrogaciones remiten al punto donde el significante no responde. La falta de la que hablaba al comienzo ¿ha dejado de ser un enigma?

O tal vez haya que pensar que lo que se ha modificado son las respuestas, lo cual abre al menos para mí, dos cuestiones.

  • 1º Porqué se da esta modificación en las respuestas, y
  • 2º Si esto implica mayor gravedad y cómo entender la misma.

    Vayamos al primer punto. Habría que plantear una diferencia entre el universo simbólico y lo que posibilita el acceso al mismo. En ese sentido va a ser la terceridad que se pone en juego en el complejo de edipo, entendido como lo que posibilita metaforizar esa falta del origen, lo que permite el acceso al orden simbólico. En este se inscribe la historia de un sujeto, no la historia como sucesión de hechos biográficos, sino donde un sujeto se reconoce, donde tiene un lugar diferenciado, lo que incluye una identidad sexual.
    Si bien el recorrido por el edipo posibilita el acceso al orden simbólico, dicho universo es más vasto que el complejo, este último es una ficción que nos permite entender como el sujeto se apropia de dicho universo. Sin embargo el mismo va a incluir significantes e ideales que van a estar en gran medida determinados por el discurso dominante de una época, la historia de los ascendientes, su posición social, avatares de la vida de esos sujetos, y en función de esto proyectos, expectativas, anhelos, etc.

    Es dicho universo simbólico el que va a proveer significantes que facilitan la metaforización de la falta inherente al sujeto, y que funcionan como respuesta al enigma que implica la misma.
    Esto hace que el enigma, motor de las relaciones del sujeto con el mundo, encuentre en diferentes épocas, diferentes respuestas. El Otro de cada época, entendido como el conjunto de códigos predeterminados de representación, genera entonces diferentes modalidades de respuesta. Esto implica no confundir lo que es estructural del sujeto: la falta, y en tanto esta funciona como enigma donde el significante no responde, con las modalidades de respuesta que adquiere en cada época.
    Esto daría cuenta de porqué en diferentes épocas, son diferentes las respuestas acerca de la falta.

    Podemos en este punto preguntarnos, si los elementos que provee el Otro simbólico característico de la época implican que los síntomas, en tanto allí se metaforiza la falta ¿tienen mayor gravedad?.

    Esto nos lleva al segundo punto: si la modificación en las respuestas implica mayor gravedad.
    Entiendo que una de las características que tiene el tratamiento de la falta, desde el Otro simbólico, es que el mismo ya no está ligado a lo metafórico, es decir a la sustitución creadora, sino que tiene un carácter más ligado a lo metonímico. Esto implica varias cuestiones. Por un lado se promueve una búsqueda incesante y voraz de objetos con los que el sujeto intenta colmar dicha falta. Por lo tanto el objeto queda ligado de manera privilegiada al terreno del narcisismo, donde dicha búsqueda solo promueve la frustración. Una de las consecuencias de esto es que la diferencia y también el semejante adquieren un carácter hostil, donde la palabra como elemento tercero y mediador se devalúa. La tensión agresiva encuentra como modo de resolución en muchos casos la agresión, que también se dirige contra el propio cuerpo. Uno de los destinos posibles de la pulsión.

    Este Otro social adquiere, en consonancia con la demanda voraz de objetos, un carácter omnipotente y gozador, lo cual implica que no se trata en absoluto de la decadencia del padre, sino que las figuras en las cuales este se encarna, aparecen como terribles, promoviendo el sometimiento entendido como anulación del deseo, la pequeña trampa que busca una salida individual, o bien la imitación caricaturesca a escala reducida de su posición.
    Por eso aparece devaluado el lugar de la ley. Si esta debe asegurar un lugar diferenciado a cada sujeto, de acuerdo a cierto orden, que el Otro aparezca como omnipotente y gozador, hace que la ley se reduzca a su capricho. ¿A quien apelar entonces?

    Esta supuesta omnipotencia gozadora del Otro, lo cual convengamos que no deja de ser una suposición neurótica, favorece también ciertos estados depresivos donde el sujeto se supone impotente ante lo que acontece o bien cierto discurso melancolizado acerca de que todo pasado fue mejor. Por lo tanto este contexto va a ser más favorable y proclive a la aparición de patologías ligadas al narcisismo, que a las neurosis de transferencia.

    Si pensamos que va a ser la sustitución metafórica la que posibilita el deslizamiento significante, y dicho freudianamente el develamiento de los síntomas, es decir la represión y el retorno de lo reprimido, que estos tengan un carácter más ligado a lo metonímico, donde se juega allí un demanda incesante de objetos, y donde la problemática parece manifestarse fundamentalmente en el terreno del narcisismo, esto implica mayor gravedad, o tal vez una gravedad distinta respecto de las neurosis de transferencia.
    Aquí es donde es necesario que el psicoanálisis pueda pensar metapsicológicamente a estos pacientes.

    Ahora bien: ¿Qué significa gravedad? Una forma, seguramente no la única, de definirla es pensarla como la ausencia de conflicto psíquico. Este es a mí entender uno de los indicadores de la gravedad de un paciente. Entiendo por ausencia de conflicto que el sujeto, como sujeto del inconsciente, está puesto en suspenso, o silenciado, es decir no aparece en la enunciación. Esto como consecuencia del discurso dominante de la época y también de la particular constitución subjetiva de dichos pacientes.

    En tanto el sujeto queda ubicado en el terreno de la frustración, y de la demanda incesante de objetos, la tendencia es a quedar tomado por un sufrimiento sin angustia. En el sufrimiento el sujeto queda tomado por un padecimiento, mientras que la angustia ya implica cierto esbozo de pregunta.

    Para ir concluyendo: los pacientes que consultan tanto en el hospital como en el consultorio, y esto como tendencia, tienen mayor gravedad, la cual puede ser entendida como esta ausencia de conflicto psíquico. Ya no se trata, como plantea Roudinesco, de un sujeto del inconsciente, atormentado por el sexo, la muerte y lo prohibido, sino de un individuo que padece y sufre silenciosamente de ello, en muchos casos mostrándolo en el cuerpo. Por eso, en función del auge de los psicofármacos, el riesgo es redoblar ese silencio, evitando poner en juego el conflicto que lo genera.

    Probablemente uno de los desafíos del psicoanálisis, retomando lo que decía hace un momento, sea llevar la teoría a ciertos límites que nos permitan darle una lógica a estos pacientes.

    En este punto creo que hay líneas a trabajar que pueden darnos herramientas para ello. Desde lo que plantea Freud en relación a los destinos pre-represivos de la pulsión, para dar cuenta del padecimiento en el cuerpo, con el que concurren muchos pacientes a consultar.

    O bien los momentos constitutivos del sujeto, que plantea Lacan, castración, frustración, privación, y las detenciones o la ausencia de ciertas operaciones en dicha constitución.

    La eficacia y la cientificidad de una teoría, esta dada en gran medida, para inventar nuevos modelos explicativos, y por su capacidad de reinterpretar los modelos antiguos en función de la experiencia que va adquiriendo.

    Tal vez en esto consista lo subversivo del psicoanálisis hoy, en recuperar esa dimensión del conflicto como aquello que complejiza y motoriza el deseo. Recuperar esa dimensión del conflicto en un doble sentido. En la clínica y en la teoría ya que de lo que se trata es de la eficacia para aliviar el sufrimiento de quien consulta.


    Claudio Di Pinto es psicoanalista. Integrante del Equipo de Adultos Tarde C.S.M. Nº 3 “Arturo Ameghino”

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