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11 DE JUNIO DE 2007 | ADOLESCENCIA

La orientación vocacional: ¿Qué hago?

Hay ciertos momentos en la vida de una persona en los que ha de tomar importantes decisiones. Sobra decir que la vida laboral es una de las facetas más importantes, pues gran parte de nuestro tiempo se desarrolla en el trabajo. Como si de un juego se tratase, a lo largo de los años van cambiando nuestros gustos e intereses, vamos descubriendo las ventajas y los inconvenientes de ciertas profesiones.

Por Helena Trujillo Luque
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De niños solemos aventurarnos a decir: cuando sea mayor seré policía, futbolista, enfermera, profesora, seré como mi papá o mi mamá. Llega un tiempo que este juego de palabras traspasa la fantasía y exige nuestra implicación en la realidad.

El paso a la enseñanza secundaria empieza a marcar el camino de nuestras elecciones de futuro, pero ¿qué hacer cuando no sabemos lo que nos gusta o cuando nuestros gustos cambian? Muchos se plantean abandonar los estudios tras la enseñanza obligatoria, otros los continúan pero no siempre convencidos de su utilidad. Los que empiezan el bachillerato se encuentran con la elección entre cuatro ramas: artes; ciencias de la naturaleza y de la salud; humanidades y ciencias sociales; y tecnología. Organizadas de tal modo para ir encauzándolos hacia el terreno laboral.
En los tiempos actuales, donde resulta más asequible el acceso a estudios universitarios nos encontramos, sin embargo, con una desvalorización de los mismos por parte de los jóvenes. Tener estudios superiores no es garantía de éxito ni personal ni laboral y ello no incentiva las ilusiones de aquellos que han sido educados en el camino fácil, donde el dinero parece ser la meta a cualquier precio.
Si preguntamos a muchos jóvenes nos dirían que conseguir llegar a un reality show, ir de plató en plató, traficar con droga o, bien, tener un trabajo fácil que nos les implique demasiado son sus únicas metas en el terreno laboral. Afortunadamente, no es esto todo lo que reluce. Las universidades están llenas de estudiantes, a pesar de que nos hablen del aumento del fracaso escolar, la formación de los españoles ha mejorado mucho en los últimos años, aunque ello no quiera decir que se haya alcanzado ninguna cumbre. Aún queda mucho camino por recorrer para ser una sociedad culta.
Pese a ello, muchos valores actuales minan el espíritu de los jóvenes, desalentándolos, engañándoles con la idea de que lo material es lo más importante. Luego nos encontramos en nuestras consultas a muchas personas que se arrepienten de haber dejado los estudios, que no están a gusto con su puesto de trabajo, que no soportan la vida que han producido. Va a resultar que el camino fácil no es el mejor camino.
La orientación vocacional no tiene que ver con decirle al joven para qué sirve y qué tiene que estudiar, sino es ayudarle a desmontar prejuicios que le están impidiendo seguir adelante o cumplir sus sueños. En muchos casos la persona no sabe ni lo que le gusta, no le gusta nada, la orientación es, pues, ayudarle a pronunciar las palabras que generen sus gustos, porque no es igual ocho que ochenta.
Es muy importante estar a gusto con la actividad laboral que uno desarrolle, pero también es cierto, que si elegimos un estudio o una profesión y luego vemos que no nos gusta, no hay problema, se puede cambiar. La ciencia avanza a través de los errores, errar es necesario para crecer. Cuidado entonces, con hacerles creer a los jóvenes que tienen que decidir “para siempre”, porque no es así, decidimos a cada momento.
Guiándome por palabras de Freud, cuando falta una vocación especial que imponga una orientación a los intereses vitales de una persona, el simple trabajo que implican los oficios manuales y que es accesible a todo el mundo ahorra tres grandes vicios, en palabras de Voltaire: “vicio, tedio y necesidad”. El trabajo liga al individuo a la realidad. Cumple una función muy importante, pues permite ligar a él una parte muy considerable de los componentes narcisistas, agresivos y aun eróticos de la libido.
La actividad profesional ofrece especial satisfacción cuando ha sido libremente elegida. No obstante, el trabajo es menospreciado por el hombre como camino a la felicidad. Si hiciéramos caso al poeta José Martí: la felicidad sólo puede hallarse en el camino del trabajo, nos ahorraríamos grandes sufrimientos, pues no hay que obviar que en nuestra sociedad cristiana se asocia el trabajo “al sudor de la frente”, no hay quien trabaje con y por placer. La mayoría de las personas sólo trabajan bajo el imperio de la necesidad, si no pasamos de la necesidad al deseo no dejaremos que nuestros jóvenes puedan elegir libremente el trabajo que les guste que, tal vez, aún ni esté inventado.


Helena Trujillo Luque es Psicoanalista de la Escuela Grupo Cero, Málaga (España)

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