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4 DE JUNIO DE 2007 | EL SÍNTOMA ARTICULADO COMO UN LENGUAJE

La función del arte del chiste

Quienes dedicados al campo de la subjetividad, a menudo escuchamos más o menos el mismo comentario referente a la labor que realizamos dentro del consultorio: que quien asiste el psicoanalista, o a cualquiera de los considerados agentes “psi”, va simplemente ha hablar, o a recibir unas palabras de alguien a quien se considera, si no experto, al menos conocedor y de confianza, a quien uno pudiera exponerle “cosas” que no diría en otro lugar, ni a otra persona.

Por Camilo Ernesto Ramírez Garza
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Cosas ligadas a la propia existencia, al sufrimiento en relación al amor; en última instancia, los avatares que se producen de la vida misma.

Dichas cosas tienen una característica esencial, y es que son dichas por alguien. Son narradas por quien se dice –y asume- como su propietario, tal vez también como su portador: somos portadores de una historia, de vida que puede ser tejida por nuestras palabras. Decíamos anteriormente de los agentes “psi”, psicoanalistas, psicólogos y psiquiatras. En el presente nos avocaremos a tratar de hablar –eso es lo único que podemos hacer, tratar de hablar- de la escucha analítica en relación a los síntomas (Las consideraciones psicológicas y psiquiátricas, ambas poseen puntos de vista particulares de escuchar las sintomatologías del paciente -causas, efectos y tratamiento- por ejemplo, como efecto de sus condiciones reforzadoras en relación a la operacionalización de su pensamiento, ambiente y conducta; o por la consideración de las bases neurobiológicas de la conducta en donde los psicofármacos tendrían toda su legitimidad) que son presentados por el analizante; y de cómo el arte del chiste permite, porque apunta hacia un cierto sentido, del síntoma, desbaratar el ciframiento que los sostiene, al tiempo que divierte y produce la risa.

Al asistir al psicoanalista, éste no solicitará al analizante, pruebas de gabinete, como perfil de sangre o tomografías axiales computarizadas (TAC); perfiles de lípidos, ni radiografías, o demás pruebas que impliquen asistir en ayunas a un laboratorio, meterse en un cilindro media hora. Sino solo hablar. ¡Eso es lo único que el psicoanalista solicita! ¡Hable! ¿De qué? ¡De todo! ¡Diga todo sobre todo! Dicha regla, nombrada elegantemente como regla fundamental, asociar libremente, si bien fue un invento de Freud, su ocurrencia –como muchas cosas- no se la planteó él originalmente (así como el hecho de narrar sueños y dentro de ellos situaciones chistosas, el hablar de una cosa y otra fue algo con lo que Freud se encontró en su clínica, para después nombrarle elegantemente: método psicoanalítico de la asociación libre), se le presentó, cuando una de sus pacientes hablaba de una cosa tras otra, aparentemente sin relación lógica, pero mostrando una compulsión a asociar.
“«No hace mucho, por observaciones en otro ámbito, he podido convencerme del poder que posee esa compulsión a asociar. Durante varias semanas debí trocar mí lecho habitual por uno más duro, en el cual es probable que soñara más o con mayor vivacidad, o quizás era sólo que no podía alcanzar la profundidad normal en mi dormir. En el primer cuarto de hora tras despertar yo sabía de todos los sueños de la noche, y me tomé el trabajo de ponerlos por escrito y ensayar su solución. Conseguí reconducir todos esos sueños a dos factores: 1) al constreñimiento de finiquitar aquellas representaciones en las que durante el día me había demorado sólo pasajeramente, que sólo habían sido rozadas y no tramitadas, y 2) a la compulsión a enlazar unas con otras las cosas presentes en el mismo estado de conciencia. Lo carente de sentido y contradictorio de los sueños se reconducía al libre imperio del segundo factor».”( Freud. S. 1900 La interpretación de los sueños. Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu. )
Pareciéndole, incluso a él mismo una cosa de lo más ilógica y disparatada, contrario a la razón. Fue encontrándose que el pasaje de un tema a otro no era para nada cosa fortuita o disparatada, sino que obedecía a una cierta lógica, que escapaba al sentido lógico de la conciencia de quien se ubicaba como el hacedor a voluntad del discurso, dándose Freud cuenta de que, en el discurso de sus pacientes había un decir (algo se decía insistentemente) más allá de toda intencionalidad, cifrándose en los dichos de los relatos, en las imágenes oníricas narradas durante la sesión; en los errores al hablar, en los olvido…Un decir plasmado en el cuerpo, en la idea y en el acto. Eso que después Lacan llamará cadena significante, esa que se articula de acuerdo a las correspondencias entre cada elemento. Y de acuerdo al Saber Inconsciente. Por ello, el Yo solo puede ser siempre supuesto.

Pero al hablar se abre un hueco en lo Real, el lenguaje vacila, tropieza, se fuerza hasta no poder decir más allá de lo que se pueda decir a medias; es limitado, no se puede decir todo. Hay sentidos que se escapan, malentendidos que se imponen. Así como Freud lo señalaba al respecto de los poetas en quines funciona un (regulador) ideal estético, impedimento para poder dejar hablar directamente a su inconsciente, diferenciándolo del psicoanalista, al asociar, el analizante, renuncia a su estética resistencial de la lógica o la moral, abriendo surco con su palabra, trazando el sentido, que al momento del giro, mostrará eso que habla en el síntoma.

Si el analizante llega y nos habla, sosteniendo su cuerpo, su imagen su discurso, y si le devolvemos una palabra, un gesto, un decir –disimulado- a medias, que envuelto en la transferencia, logra desarticular en algo lo cifrado en el síntoma, mover algo, haciéndolo cesar, bajo la forma en que se halla presentado, no será justamente, por esa misma correspondencia entre lenguajes: el lenguaje-narración, y el lenguaje-síntoma. En donde descubrimos ese Saber, articulado como un lenguaje, que a manera de jeroglífico, logra imponerse al cuerpo, al pensamiento, al dicho o al acto. Volviendo al cuerpo incluso una pieza de arte.

El sujeto solo puede hablar de su síntoma, no puede más, solo hablar, narrar, describir, comentar…desfallecer de momento por el no hallazgo de respuestas y soluciones completas, por no poder parar el sufrimiento que ello le otorga en su vida diaria, pero que al mismo tiempo sabemos, organiza –y para- el goce, evita la muerte: ese síntoma que ha llegado para quedarse. En psicoanálisis sabemos que el problema no es el síntoma, pues este mismo se ha formado como solución y lucha que resiste. Lo que se pretende no es ir tras la meta-ideo-ingenua de “liberar” al sujeto, a la sociedad y a la humanidad de sus sufrimientos, de sus síntomas, lastres, obstáculos e impedimentos, para que entonces sean muy felices. No porque no se crea en una cierta felicidad siquiera asequible, sino porque ello implica una búsqueda y conquista personal y no un sujetamiento o modelamiento prototípico del como deber ser (How to be happy in 10 steps!) Puesto que lo está en juego es la libertad del sujeto al asumir su deseo. Lo cual no se trata solo de una formula teórica, vacía y muy rimbombante, sino que se efectiviza la cura analítica: que en analizante de cuenta de su posiciones deseantes, cualquiera que estas sean. La otra, la visión de la ortopedia psicológica, muy acorde al enfoque actual de la psicoeconomía invisible: liberar al sujeto de sus problemas para que pueda trabajar y producir mejor, consumir mejor, gozar mejor –siempre con medida claro- liberarlo del estés para que pueda ser mejor elemento en la cadena económica.

Es ahí en esa encrucijada reduccionista del cuerpo al órgano y de éste a la fuerza de producción y consumo, que, El Arte del Chiste, irrumpe trastocando y mostrando el asunto nodal de la existencia.

El arte del Chiste debe ser siempre reconocido así, como un arte siempre subversivo, y de resistencia, de no creérselo todo de los discursos políticamente correctos, sino hacer sátira y burla de ellos, precisamente para mostrar sus absurdos. Que no permite institucionalizaciones operacionalizantes –pues dejaría de ser lo que es, perdería el humor que lo volatiliza, reduciéndose a nada. Hacer chiste de lo evidente no es chistoso, sino señalar los puntos álgidos y peligrosos, esos que están en los secreto de voces de todos, esos siempre a punto de estallar y que en el análisis se cifran en los síntomas, sueños, lapsus, etc. El humorista así como el psicoanalista, seleccionan, por su escucha asombrada, los elementos que arman un sentido, más allá de lo que el sujeto dice sin decir; ¿quién se cree que habla? pues finalmente algo habla, algo que no es la persona, ni el individuo, ni el Yo, sino Saber del Inconsciente.

“…el síntoma subsiste en la medida en que está enganchado al lenguaje, por lo menos si creemos que podemos modificar algo en el síntoma por una manipulación llamada interpretativa, es decir, que actúa sobre el sentido” Jacques Lacan


Camilo Ernesto Ramírez Garza es Psicoanalista. Catedrático de las facultades de psicología, Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) y Universidad Tecnológica de México (UNITEC) en Monterrey, Nuevo León, México.

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