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16 DE ABRIL DE 2007 | IMPULSOS DE ACCIÓN INMEDIATA

La violencia no se domestica

La violencia doméstica, si bien obedece, en cierto modo, a las coordenadas de estos tiempos, se ubica más allá de ellas, en cuanto que ninguna acción social resulta suficiente para su esclarecimiento. La violencia amorosa presenta su propia lógica, que no es ubicable a nivel de lo social, y encuentra en los celos una de sus motivaciones centrales.

Por Patricia Heffes
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¿Cuál es la relación entre los celos y lo imposible? ¿Cuándo se ama a una persona, es por sus cualidades? ¿Qué pierde el amante al poseer a la persona amada?


Una mirada o la indiferencia, una palabra o el silencio, una sonrisa, una lágrima; nada parece ser el remedio adecuado cuando los celos pasan a entretejer la trama de una relación amorosa. Así vemos y escuchamos a diario la información sobre actos de violencia ejercidos ferozmente sobre las parejas, actos, las más de las veces, disparados por ese sentimiento atroz que es el de los celos. El aspecto jurídico de esos hechos queda reservado a los jueces, el aspecto social del fenómeno es estudiado por las disciplinas correspondientes, pero, ¿qué hacer con esos dos que sufren su enredo amoroso hasta el límite de arriesgar su existencia?
Quien sabe del sufrimiento que los celos ocasionan, también sabrá lo costoso que es soportarlos tanto para el celoso como para su partenaire. Sin embargo, y a pesar de ello, los celos producen un circuito entre los amantes muy difícil de romper.
Después que en 1921 Freud diera a conocer su teoría sobre los celos no han surgido nuevas razones para explicar este fenómeno de modo verosímil. Sin embargo, la literatura , el cine, se interesan a menudo en mostrar las distintas formas que adquieren en cada época sin hallar más que desenlaces trágicos. Claro que hoy podríamos agregar también a los periódicos de las grandes urbes como excelentes ilustradores de esta cuestión.
Freud ubica a los celos, junto con la tristeza, entre lo que llamó estados afectivos y distinguió tipos de celos según la relación del sujeto con aquello que los causa.
Jacques Lacan ya en los años treinta presentó el tema dándole todo su valor en el terreno que podríamos llamar pasional. Advierte sobre la profunda diferencia que separa a la pasión amorosa normal de las estructuras pasionales anómalas, es decir, la erotomanía y el delirio de los celos. La hipótesis es que los celos son una respuesta del sujeto a aquello que se le presenta como imposible, a aquello que impide lograr la anhelada complementariedad entre lo femenino y lo masculino; es una respuesta que se torna justificación para lo que no se puede obtener. Finalmente, el celoso más que tratar de lograr la complementariedad, se esfuerza en destacar su imposibilidad.
¿Qué quiere el celoso? Verificar que existe el goce absoluto.
¿Qué hace el celoso? Armar estrategias para garantizarse no llegar nunca a esta comprobación.
¿Cómo se arma esta paradoja? Creando un círculo vicioso sostenido entre celos y mentiras, entre desconfianza y engaño; lo inaccesible funciona como axioma y el misterio como motor. Podemos escuchar al celoso diciendo: “Jamás será totalmente mía”, “Algo esconde y debo averiguarlo”.
Esta situación paradojal es lo que hace difícil el tratamiento de los celos delirantes aunque actualmente aumentan las consultas en relación a esta cuestión -siempre veladamente- a partir de la preocupación que genera en la sociedad la violencia en la intimidad.
Marcel Proust, escritor privilegiado en este tema, muestra a los celos como la forma que adquiere la agonía de un amor que nunca será feliz, que siempre se verá amenazado por la inconstancia, con el peligro de muerte acechándolo permanentemente. Amor y sufrimiento son, en Proust, el anverso y reverso de una misma realidad: la existencia del otro es motivo de dolor; el amor es verdaderamente una maldición a la que no puede sustraerse.
¿Cómo se presenta este amor? Una nueva paradoja como respuesta, el amor se presenta siempre más grande que la persona amada, ella es insignificante en relación con ese amor. La persona es amada pese a sus cualidades. Lo que se ama de una mujer es el mundo desconocido que ella misma implica. Sin embargo, al poseer a la persona amada, el amante pierde la ilusión de poseer el mundo que se anunciaba a través de ella. El rasgo más importante que especifica ese amor es la angustia de la ausencia. La angustia aparece en Proust como la materia prima del amor que adquiere su especificidad en los celos, figura obsesionante que “redobla el amor”, ya que para que haya celos tiene que haber obstáculos para poseer a la persona amada, ya sea en poder conocer su interioridad, participar de su mundo o cualquier otra razón que establezca la separación entre uno y otro. En Proust, la amada posee ese rasgo irreductible de opacidad que aún con el desmesurado intento de una conciencia ubicua de parte del amante, no logra acceder a la escondida interioridad. Sumando a esto una condición suplementaria: que cualquier cosa, por más inverosímil que parezca, puede ser posible.
Es el mismo terreno oscuro el que hace crecer la duda y puede albergar los peores pensamientos... de quien los piensa, por supuesto. Aunque no queda descartado que en el otro estén de igual modo. ¿Quién engaña a quién entonces? En la medida que se sabe cuánto se engaña al otro es que se imagina ser engañado. Horroriza la maldad del otro en tanto se la conoce en el que la sospecha. Se duda del otro en la medida en que se conocen todas las razones por las que el otro dudaría de uno.
La imaginación celosa es sospechosa al punto de suponer infernal el mundo que la mujer oculta. La imaginación celosa está siempre en razón inversa con la percepción, de modo tal que se fabula menos cuanto se percibe más, al punto que los celos desesperantes imaginan voluptuosidades infinitas. Sin embargo, el celoso no quiere saber por los sentidos. Vea lo que vea, escuche lo que escuche, no hará más que confirmar su certeza. Tan polimorfos son los celos que tanto la precisión como la imprecisión hacen a la imaginación más intensa y dolorosa. Las preguntas interminables del celoso intentan constatar lo inverificable de una realidad inapresable. Él espera de ella hacerle decir una mentira.
Un mínimo tropiezo en lo que ella diga puede desencadenar una brutal escalada de pensamientos que conforman un tejido espeso y escabroso llegando al final hasta concluir en la mentira más increíble.
Los celos son una patología del amor que se ven afectados por las dos condiciones de la pasión: que haya sufrimiento, pero que a la vez intervenga el deseo.

La serie de paradojas enunciadas advierte lo complejo que resulta desanudar esa relación ya que con el intento se corre el peligro de: o bien anudarla aún más o bien acrecentar la sospecha irritando al celoso hasta el punto de que quiera hacerla desaparecer. Sin embargo, es el anhelo de marcar la imposibilidad lo que puede abrir otra vía para el sujeto que se halla enredado en el oscuro misterio de los celos.
La falta de circulación de la palabra y la tendencia cada vez más creciente a llevar cada impulso a la acción inmediata, propician entre los amantes los desenlaces horrorosos que conocemos día a día a través de los medios de comunicación. Ninguna acción social, universal, podrá evitar que se teja la trama de celos cuando el rasgo del encuentro está sostenido en este tipo de amor. Es necesario ubicar ese rasgo, hacerlo hablar y revelar su causa para acceder a la sustancia de goce que materializa ese tejido particular.
La violencia amorosa supone una serie de motivos que habrá que elucidar, sobre todo en ciudades donde las estadísticas de muerte son verdaderamente alarmantes en este tópico. Al respecto, es preciso considerar a los celos como uno de los factores decisivos y no secundario a la hora de interpretar tales desenlaces. Las patologías del amor merecen estar en la cuenta de esos motivos y es indispensable para encontrar respuestas que el psicoanálisis se haga presente y tome la palabra.

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