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17 DE DICIEMBRE DE 2006 | DISCAPACIDAD

Entre la des-responsabilización, la desprotección y el clientelismo

La discapacidad se conjuga de tal manera que no se la sufre o se la padece, discapacitado se es. “Entificar” aparece muchas veces como un requisito para poder operar técnicamente sobre lo que se objetiva en lugar de ser problematizado.

Por Juan Vasen
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Mucho más en el caso de las consultas por niños, donde la avidez de soluciones tiende a opacar el análisis de los problemas. Avidez que incluye la de nominaciones para malestares diversos que el término discapacidad engloba.

Sin duda diagnosticar alivia y puede aclarar las lógicas que subtienden una situación sufriente. Pero oscurece cuando tiende a convertir lo histórico y situacional en algo que simplemente es. Esta tendencia tecnocrática suele recortar un existente desgajándolo de la trama de relaciones en que surge. Y lo que se gana en tiempo —que nunca es suficiente— se pierde en complejidad. Entonces la claridad enceguece y sustituye a la luz. El padecimiento se borra, rápido, muy rápido en favor de un nombre que queda inscripto. Entonces la inmediatez de lo que alivia difumina la permanencia de lo que, encasillando, se inscribe en su nombre. Y entonces no deja ya venir aquello que el saber no sabe.

Esto trae consecuencias. Veamos sino lo ocurrido hace algunos años en EEUU. Una asociación sin fines de lucro , pugnó por clasificar al Síndrome por Déficit de Atención con Hiperactividad (ADHD) que padece de un modo casi “epidémico” un alto porcentaje de niños norteamericanos, como discapacidad. El planteo enfatizaba que quienes lo sufren no tienen ningún grado de control sobre su comportamiento. Los objetivos de esta categorización eran la recepción de subvenciones (para tratamientos y compra de medicación) de nada menos que quince millones de estadounidenses. Pero no se llegó a tanto. Ciertos inconvenientes surgieron al detectarse que los laboratorios productores de la Metilfenidato, cuya marca registrada más conocida es Ritalina, donaron casi u$s 900.000 a la asociación en cuestión.

Para el psicoanálisis tanto como para el derecho no hay sujeto si está ausente una dimensión clave: la responsabilidad sobre los propios actos. Las implicancias de considerar a un número de personas tan elevado como privadas de este discernimiento es de una inusual trascendencia. Nada más consideremos el endiosamiento y fetichización que recae sobre los fármacos, la dependencia que suscitan, la des-responsabilización que promueven.
Claro que hay discapacidades y discapacidades, pero su reunión como elementos de tan heterogéneo conjunto obedece a que esta es la manera que las políticas sanitarias incluyen dentro de sus coberturas y prestaciones a un número importante de niños y jóvenes que, de otra manera, quedarían huérfanos de protección social.
Tercera cuestión: Antes de la crisis del 2001 era perceptible una enorme resistencia de los profesionales psi a encuadrar a un niño grave como discapacitado para que, de esta manera, él o su familia obtengan beneficios emergentes de esta condición (becas en dinero, gratuidad de transportes etc.)
Esa resistencia tenía sus razones. Recuerdo el gesto desafiante y libertario de Matías que a sus dieciséis años tomó entre sus manos el carnet de discapacitado que lo habilitaba para viajar sin boleto y lo destrozó mientras me comentaba: -“Yo quiero viajar como los demás”. Los demás son los otros, o más bien ellos, los que viajaban con el plástico como él, son los otros.
Con el avance de la desprotección generada por la marginación social, la precarización laboral y la des-ciudadanización, la actitud predominante ahora es distinta. En una sociedad cada vez más polarizada y excluyente el costo del beneficio es una inclusión social diferenciada que a veces favorece pero otras obstaculiza una integración social plena (que no es lo mismo).
El desafío es partir de la singularidad para evitar la serialización. Evaluar si el recurso al paraguas “protector” de la discapacidad abre al ejercicio de derechos y responsabilidades sociales o eterniza en una situación de “handicap” innecesario. Si se promueve el adocenamiento “clientelista” o, por el contrario, se impulsa el mayor despliegue simbólico, y la mayor integración y participación ciudadana, presentes o futuras, posibles.
Y a veces el futuro queda demasiado teñido de presente y cerrado a lo por-venir. Que es otra cosa. Considerar “capacidades especiales“ y mejor aún “necesidades especiales” en lugar de discapacidades deja margen para una sensibilización mayor ante lo diferente y una apertura a respuestas más ajustadas que, sin desproteger, integren, responsabilicen y ciudadanicen.

Juan Vasen es Psicoanalista. Especialista en Psiquiatría Infantil. Autor de “¿Post-mocositos?” Lugar, 2000) Contacto Animal (L.Viva 2004) y Fantasmas y Pastillas (L.Viva 2005). Co-Fundador de Cuidar-Cuidando y co-autor de Del Invento a la Herramienta

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