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23 DE OCTUBRE DE 2006 | PSICOSIS Y DESEO DEL ANALISTA

¿Quién dirige la cura en las Psicosis?

La crisis ideológica (fin de la ilusión de que hay que hacer algo por los otros); la crisis económica (enorme costo del tratamiento ambulatorio); la crisis de representatividad de los analistas en la sociedad; ponen en peligro a la Reforma Psiquiátrica y empujan hacia la solución manicomial.

Por Marina Averbach y Luis Teszkiewicz
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Ahora bien, ¿tenemos los analistas una respuesta alternativa a las psicosis?

Estamos acostumbrados a una serie de fórmulas: No hay Inconsciente, No hay objeto, No hay elección de objeto, No hay Nombre-del-Padre, No hay simbolización. Todas frases negativas.

Freud ha aportado una comprensión de las psicosis, una serie de hipótesis causales, pero, con una honestidad que lo honra, concluyó: «No es posible el Psicoanálisis con pacientes psicóticos». (Otra fórmula negativa).

¿Qué hacer entonces cuando aceptamos en nuestra consulta, pública o privada, a un paciente al que hemos vedado de entrada el acceso a los frutos del análisis?

Lo cierto es que cada vez que me encuentro con un psicótico, animada con “mi deseo de analista”, deseo de apertura del Inconsciente, allí donde el Inconsciente ha sido rechazado; con una técnica y un encuadre que serán de continuo violentados; cada vez que se establece un encuentro (lo que no ocurre siempre) sucede algo allí que interroga a la teoría.

La psicosis plantea muchos interrogantes. Escogí uno de ellos para titular esta presentación: «¿Quién dirige la cura en las psicosis?».

Es una pregunta con trampa, ya que quien dirige la cura es siempre el mismo: el deseo del analista. No el analista, sino su deseo.

La pregunta que me formulo es: ¿qué deseo pone en juego la psicosis en el lugar del analista?, allí donde ya no nos vale la feliz fórmula: el deseo de apertura del inconsciente.

Cuando nos encontramos con un psicótico nos enfrentamos a la ausencia de unos presupuestos compartidos, ausencia que hace que para él nuestro discurso sea tan discutible y carente de todo poder de certeza como el suyo para nuestra escucha.

Dos discursos se encuentran, y cada uno se revela ante el otro como lugar en que todo enunciado puede ser replanteado radicalmente, en el que ninguna evidencia tiene certeza de ser evidente para el otro. La psicosis cuestiona el patrimonio común de certeza y la lógica causal en que se funda nuestra cultura.

El psicoanálisis es una praxis. Esto quiere decir que en el campo de la experiencia freudiana no hay lugar para un conocimiento teórico de un fenómeno psíquico, sin que este conocimiento posibilite (no digo que asegure) una acción sobre el fenómeno.

La paradoja reside en que, por un lado, contamos con un modelo teórico que nos permite “comprender” el discurso psicótico y, por otro, esa comprensión resulta en general (o en buena parte de los casos) ineficaz.

Las psicosis cuestionan lo que entendemos por psicoanálisis, por dispositivo analítico y por lugar del analista.

Voy a enunciar entonces la hipótesis que pretendo sostener en este trabajo: “no hay psicoanálisis del psicótico” pero el psicótico puede beneficiarse del psicoanálisis, usar a su analista para obtener algo que ( en determinadas circunstancias ) él ,y sólo él entre todos los especialistas en salud mental, está en condiciones de ofrecerle, precisamente por ser psicoanalista.

¿Que nos autoriza a hablar de una aventura (la del psicótico) que, a diferencia de la neurosis, no hemos vivido subjetivamente?. Esto hace obstáculo en la cura.

No podemos entender nada de la psicosis, porque nuestro esquema mental de neuróticos está organizado de acuerdo a nuestro fantasma neurótico, fantasma que se funda en la castración, que es lo que en el psicótico no hay.

Podemos vivir con nuestras “paranoias”, nuestra “esquizia”, aquello que llamamos nuestra “melancolía”, con todos esos horrores que nos apasionan y enferman, con nuestra “locura” en suma; sin la cual no seríamos quienes somos.

Dice Lacán: «Y al ser del hombre no sólo no se lo puede comprender sin la locura, sino que ni siquiera sería el ser del hombre, sino llevara en sí la locura cómo límite de su libertad” (”Acerca de la causalidad psiquica”)

Todos deliramos. Pero el delirio psicótico, lo sabemos, es otra cosa. El saber que despliega el psicótico es un saber que no está reprimido, que está ahí.

Sólo, quizás, el haber hecho la experiencia de su propio inconsciente, permita a un analista consentir a abandonar la seguridad de un dispositivo, de un lugar y un deseo de analistas; consentir a que ese dispositivo, ese lugar y ese deseo, sean orientados por la llamada misma del psicótico.

¿En qué consiste esta llamada?

Una de las respuestas que se ha dado a porqué el psicoanálisis no es posible con sujetos psicóticos, es porque no hay transferencia en las psicosis.

No es una explicación baladí, ya que es la que da el mismo Freud en Introducción al Narcisismo (1914).

La transferencia es amor, y el amor es el signo de máximo desarrollo de la libido objetal, la libido del sujeto está fuera de él, está puesta en otro.

Freud hace una cita: «Allí donde el amor despierta, muere el yo déspota, sombrío» y la invierte: «Allí donde el amor muere (en la esuizofrenia) se afirma el yo déspota, sombrío».

No hay relación de objeto, dice Freud. Y no hay relación de objeto porque él, el psicótico, está en el lugar del objeto.

No hay deseo, no hay objeto de deseo, porque no está la libido puesta en el campo del Otro. Esto trastoca toda la relación con el Otro: en el campo del amor, en el campo del deseo, en el campo del análisis.

Entonces, ¿no hay transferencia en la psicosis?. Evidentemente la transferencia imaginaria, la catexis libidinal de una imagen proyectada sobre el analista, se da en las psicosis, lo que resiste el análisis es su exceso, no su ausencia.

El psicótico transfiere a la situación analítica lo que continúa repitiendo de su relación con el discurso del Otro: su relación delirante con el Otro .

Otras elaboraciones han apuntado en sentido contrario. Puesto que en las psicosis hay un déficit simbólico, habría que apuntalar lo simbólico, hacer del análisis o de la Institución una prótesis simbólica.

¿No nos ocurriría lo mismo si nos ofreciéramos como prótesis simbólica?

Y, sin embargo, muchas veces la Institución funciona como prótesis que calma los trastornos imaginarios. Aplacamiento que puede durar toda la vida. Una vida muy pobre subjetivamente, pero muchos psicóticos se acomodan muy bien a la condición de objetos: objetos de la madre, objetos de la psiquiatría, objetos de la Institución, objetos, ¿por qué no?, del psicoanálisis .
A condición, claro, de que permanezca la prótesis institucional: Muchas veces, al abandonar, por cualquier razón, la Institución, se produce un nuevo desencadenamiento.

La pregunta esencial para todo sujeto es: ¿Quién soy yo?. Mi palabra no interrogó el Inconsciente de esta paciente, sino que fue respuesta que se articuló en el lugar de una pregunta imposible de formular.

Nuestro saber de analistas puede ser escuchado por el psicótico como certeza que se hace respuesta, con el riesgo de que el análisis mismo se vuelva lugar de repetición de su relación delirante con el Otro.

Piera Aulagnier cita un caso muy interesante de un sujeto psicótico. El núcleo del delirio es muy similar al de Schreber: Dios quiere femineizarlo.

A poco de comenzar su análisis, rechaza su delirio. El discurso analítico le ha enseñado que no era Dios quien quería hacerlo mujer. Eso ha sido un error. Ahora sabe que no es Dios sino su madre quien sostiene ese deseo.
El delirio cambia de lenguaje, pero se mantiene igual a sí mismo.

Es sólo al no poder localizar en su analista un deseo que lo aloje como objeto, que un trabajo se hace posible.

El deseo del analista indica un lugar en el que espera que emerja un sujeto, lugar que el sujeto psicótico nunca encontró en el campo del Otro.

Si no podemos esperar que se abra una puerta de una casa que no existe, quizás podamos dejarnos usar, soportar la transferencia, dejarnos trabajar por ella, estar ahí, para que ahí el psicótico encuentre un lugar desde el cual reconstruirse. No huir de la transferencia imaginaria con que el psicótico nos invade, no huir ni dejarnos fijar en ella.

Esos movimientos transferenciales del psicótico en relación a su analista, que lo inclinan ora del lado de la erotomanía, ora del lado del delirio de amor, no son más que intentos de ser objetos de amor del Otro (lo que debe ser bastante mejor que ser objetos de la voluntad destructora, “insensata” del Otro).

Pero esta misma voluntad de ser objeto de nuestro amor, objeto de nuestro deseo, nos señala que esta allí la transferencia. Transferencia que, si somos capaces de soportar, quizás permita anudar algo de su “extravío”, de aquello que no tiene palabras para decirse porque no tiene inscripción en el Inconsciente.

Lo que vale para el amor, vale para el odio. A veces el sólo soportar la transferencia homicida de un paciente paranoico le permite detener ahí algo de su locura (eso sí, es preferible que sea con un guardia forzudo en la puerta. Otra ventaja del CSM respecto al consultorio).

Como el psicótico no puede demandarnos un saber sobre un objeto que no ha constituido en cuanto objeto de deseo, en su llamada se nos ofrece como el objeto que nos falta a nosotros, a quienes, en tanto neuróticos, sí nos falta el objeto.

Entonces, ¿cómo responder?.. En principio sabemos que, en cuanto analistas, nunca debemos responder desde el lugar en el que somos interpelados.

No puedo evitar tomar decisiones en ciertos momentos. Actuar como psiquiatra a veces es la responsabilidad que he aceptado, al aceptar en análisis a un psicótico. Si un sujeto no tiene recursos para protegerse de los fenómenos que lo invaden, me siento en la obligación de proveerlo de otros recursos, otras mediaciones: la de la medicación, la del ingreso, la de la intervención con la familia o el entorno.

No siempre es posible conjugar ambos discursos. A veces, el indicar un ingreso o una medicación, nos ubica en el lugar del Amo. En esos casos creo que se necesitan dos, uno que haga las veces de psiquiatra, otro de analista que conserve su lugar vacío de deseo.
Deseo del analista que habita un lugar vacío. Eso lo sabemos… Pero, ¿qué deseo? ¿Qué deseo nos lleva a hacer de “secretarios”, de “testigos”, de “semejantes” o, por qué no, de “basureros”?.

Deseo de que el psicótico, por medio de su trabajo, se invente un lugar, se invente un saber, que le permitan hacer lazo social. Que con su delirio haga algo, que invente algo. Que viva con su delirio, como nosotros intentamos vivir con nuestro Inconsciente, y no para su delirio, como el neurótico vive para su Inconsciente. Que no sea un autómata del Significante, que viva dentro de un lazo social que no agota la vida, pero que es imprescindible para que ésta sea posible.

Para esto es necesario que el psicótico consienta a la experiencia que le proponemos.

Para concluir quería referirme a ciertos términos que he utilizado un poco “alegremente” en esta exposición:
Si el psicótico no es Sujeto, ni puede serlo, porque no es sujeto de deseo, no está barrado; deberemos inventar otra escritura para designar su subjetividad y no reducirlo al lugar de objeto. Como dice Lacán en el Sem. III “en tanto habla al otro… existe como sujeto”. (¡Y cómo hablan al otro! ¡Con qué ironía!).

Si no hay Inconsciente en la psicosis, al menos si lo pensamos como el Inconsciente neurótico; sí algo hay ahí, algo que Freud llamó “Inconsciente a cielo abierto”, algo que permite al psicótico soñar. Si a eso, según nuestro modelo, no podemos llamarlo Inconsciente, tendremos que inventarle un Significante a ese “Inconsciente”.

Sino hay Fantasma en la psicosis, (al menos si aceptamos que el fantasma es respuesta subjetiva al deseo del Otro), sí hay algo allí que se parece a un fantasma: una serie de fantasías con las que el psicótico intenta arreglárselas con “lo que hay”. Y , en algunos casos, podremos ayudarlo, como agentes simbólicos, a que realice una construcción fantasmática que le permita cierto lazo social.

Si no hay transferencia simbólica en la psicosis, hay algo que permite nuestro trabajo y a lo que, de algún modo, tendremos que nombrar.


Presentado en Les états generaux de la psicanalys -Universidad de la Sorbona. París. Año 2000

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