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20 DE AGOSTO DE 2006 | INVESTIGACIÓN Y PSICOANÁLISIS

Consideraciones sobre la pasión y el método

Les propongo reflexionar sobre dos temas que han atravesado la historia de la filosofía pero, como es imposible abarcarlos en su totalidad, acotar es una de las claves principales para abordar cualquier investigación.

Por Lic. Lucila Donnarumma
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Éstos temas no advinieron a mí como consecuencia de una consideración reflexiva sino que surgieron espontáneamente, más aún, se me impusieron. Son significantes de uso cotidiano pero sobre los que no me había detenido suficientemente.

Quizá un clima que quiere ser de cierto suspenso se ha creado, surgen entonces como pregunta: ¿Es posible abordar una investigación sin pasión y sin método?

Presentación de Descartes y su método

Como seguramente recordaremos, Descartes fue un filósofo francés que enriqueció el Siglo XVII. Luego de una formación rigurosa en un prestigioso colegio jesuita, lo abandonó para iniciar una vida de placer. Lo había invadido el escepticismo al concluir que la ciencia no tenía consistencia, que era dudosa, ya que la evidencia y la certeza estaba reservada para la lógica y para la matemática, las cuales no son útiles para conocer la realidad.

Luego de recorrer el mundo, a los veintitrés años, descubre el método.
Su propósito es construir una Filosofía de la Ciencia de la que no se pudiera dudar, por ese motivo parte justamente del único basamento con el que cuenta: su propia duda, su incertidumbre. Según sus palabras: “mientras quería pensar así que todo era falso, era preciso, necesariamente, que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa, y, observando que esta verdad, era tan firme y segura que las suposiciones más extravagantes de los escépticos no eran capaces de hacerla tambalearse, pensé que podría admitirla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que buscaba”.

En su “Discurso del método” , escrito en 1637, libro al que pertenece el párrafo anterior, Descartes explica cuál fue el camino que siguió para llegar al conocimiento: se desprendió de todo lo adquirido en los libros hasta ese momento (o intentó hacerlo) y se trazó cuatro normas universales:

1° No admitir como verdad nada que no fuera evidente.

2° Dividir cada dificultad en tantas partes como se pueda y como sea necesario para poderlas resolver mejor.

3° Ir siempre de lo simple a lo compuesto.

4° Hacer enumeraciones tan completas y recuentos tan generales, que se tenga la seguridad de no olvidad nada.
Su primera norma expresa taxativamente que todo conocimiento debe ser evidente pero debe considerarse también el análisis de la cuestión en sus aspectos más simples, la síntesis o recomposición ulterior de los conocimientos logrados por el análisis y la enumeración de las partes obtenidas analíticamente.

Lo expuesto es su método, o sea su camino para alcanzar su fin perseguido, en el caso de Descartes, su mayor bien: el conocimiento.

¿Es el método de Descartes el ideal, el universalmente válido, al que todos deberíamos adherir?
¿Acentuamos el valor de ese método o subrayamos la importancia de disponer de un método, que seguramente pondrá en juego nuestra singularidad y será de utilidad para nosotros, individualmente?
Es verdad: hay pautas, hay ordenamientos, hay pasos que se nos proponen pero –en muchos casos- como disparadores, para poner de relieve nuestra propia lógica, nuestro propio camino, nuestro propio método.

Indudablemente, no necesitaremos ser Descartes ni ningún otro pensador para elaborar el método que nos sea de utilidad para profundizar en nuestro conocimiento, para plasmar nuestro quehacer profesional.

Descartes y las pasiones

Les propongo detenernos en la pasión.
Justamente el último libro publicado en vida de Descartes, en 1649 (murió en el 1654) fue: “Las pasiones del alma”. En principio puede resultar extraño: él, que funda el saber en la razón, o sea, con su racionalismo epistemológico, ¿puede conciliar método y pasión?
Analizándolo detenidamente o sólo leyendo el índice, podemos observar que está sostenido por la lógica de las cuatro normas de su método, en tres partes y doscientos doce artículos efectúa una exhaustiva sistematización de las pasiones.

Es interesante considerar su definición de pasión y las seis pasiones fundamentales de las cuales, según su opinión, derivan todas las demás.

"...las pasiones del alma...pueden definirse en general como percepciones, sentimientos o emociones del alma que se refieren particularmente a ella, que son causadas, mantenidas por algún movimiento de los espíritus”; agrega: “en todas las pasiones tiene lugar una agitación particular de los espíritus que provienen del corazón”.

Recordemos que el alma es concebida como la “sede” de los actos emotivos, de los afectos, sentimientos; que es subjetividad, mientras que el espíritu es definido como la “sede” de ciertos actos racionales, que permiten formular juicios objetivos, que es objetividad.

En el Artículo XL, “Cuál es el principal efecto de las pasiones”, desarrolla que éstas incitan y predisponen su alma (de los hombres) a querer las cosas para las que preparan su cuerpo, de suerte que el sentimiento del miedo incita a querer huir, el del arrojo a querer combatir, y lo mismo los demás”.

Deja en claro además que “nuestras pasiones tampoco pueden excitarse directamente ni suprimirse por la acción de nuestra voluntad”
Descartes considera que sólo hay seis pasiones primitivas, ya que las demás se originan a partir de ellas. Son: La admiración, el amor, el odio, el deseo, el gozo y la tristeza.

Define la admiración como “una sorpresa súbita del alma, que hace que se dirija a considerar con atención los objetos que le parecen infrecuentes y extraordinarios”.

O sea, que debemos admirarnos para reparar en un objeto (en un hecho, en un detalle), que debe aparecer por alguna circunstancia rara o extraordinaria (fuera de lo común).

Es interesante citar a Aristóteles al respecto, cuando expresa: “El comienzo de todos los saberes es la admiración ante el hecho de que las cosas sean como son”.

Para Platón y Aristóteles no hay filosofar sin admirarse, sin asombrarse. De la admiración nace la pregunta y de ésta la respuesta, siendo lo valioso que esta respuesta no fuera del orden de la certidumbre ni del dogmatismo.

Es interesante al respecto una disquisición que efectúa José Ferrater Mora en su libro ”Cuestiones disputadas”, donde diferencia tres momentos en la admiración:
El pasmo (la admiración o asombro extremados), producido por algo externo que hace detener nuestro fluir psíquico, pero que no causa ninguna pregunta.

Le sigue la sorpresa, que nos permite fijar nuestra atención en lo que nos ha pasmado y nos impulsa a diferenciarlo de otras cosas, pudiendo así llegar a problematizarlo y, por último la admiración propiamente dicha que “pone en funcionamiento todas las potencias necesarias para responder a la pregunta suscitada por la sorpresa o, cuando menos, para aclarar su naturaleza y su significado”.

Continuamos con las pasiones.
El amor y el odio: Según Descartes “El amor es la emoción del alma causada por el movimiento de los espíritus que le incita a unirse a voluntad a los objetos que parecen serle convenientes” mientras que “el odio incita al alma a querer separarse de los objetos que se le presentan como perjudiciales”.

El deseo: “La pasión del deseo es una agitación del alma causada por los espíritus que la disponen a querer para el porvenir las cosas que se representa como convenientes”.
Descartes divide el deseo de acuerdo a los diferentes objetos que se buscan. Explica que, por ejemplo, la curiosidad no es más que un deseo de conocer, que difiere del deseo de gloria o del deseo de venganza.

El gozo y la tristeza: Nuestra opinión de ser poseedores de un bien provoca nuestro gozo, así como si creyésemos tener algún mal o defecto surge la tristeza.

¿Podemos considerar que son ajenas estas pasiones a nuestro quehacer de investigadores? ¿Podemos considerar que el ser sorprendidos por un hecho que nos permite formular una pregunta y ensayar responderla; el acercarnos a lo que nos conmueve, el desear lo que se nos presenta como conveniente y el gozo o alegría de ser poseedores de un bien acaso no nos atañe?

Podríamos intentar acercar estos dos conceptos para hacer algunas consideraciones sobre el Psicoanálisis, que es más cercano a nuestro quehacer hospitalario aunque, por supuesto, no sea el único abordaje.
En referencia al método, en su libro “introducción al método psicoanalítico”, J. A. Miller va desarrollando una “formalización de principios”, desde el inicio de la nueva investigación que se inicia con cada paciente.

El método consiste en escuchar la demanda de análisis del paciente. La aceptación y rechazo del analista constituye el primer acto analítico.

Efectuar una avaluación o valoración clínica. El objetivo de las entrevistas preliminares es justamente efectuar un diagnóstico de estructura: debe esclarecerse si ese paciente es neurótico, psicótico o perverso.

Ese momento va relacionado estrechamente con la localización subjetiva: cómo ese sujeto se posiciona en su decir relacionándolo con su dicho (o sea, cómo se maneja en la brecha abierta entre enunciado y enunciación).
“Esta localización subjetiva ya introduce al sujeto en el inconsciente”, nos dice Miller.

Otro aspecto imprescindible es la rectificación subjetiva, el sujeto debe implicarse, aceptar su responsabilidad en lo que le sucede.
Podemos seguir este camino, cuya duración desconocemos, y que va desde la demanda de atención a la introducción al inconsciente.
Por supuesto, en referencia a pacientes neuróticos, ya que bien conocemos en nuestro hospital acerca de la diferencia en el abordaje a pacientes psicóticos.

En referencia a las pasiones, Lacan considera que hay tres fundamentales: el amor, el odio y la ignorancia, esta última inventada por él.
Señala que el amor apunta en su objetivo al desarrollo del ser del otro. Incluye lo simbólico del amar y la pasión imaginaria de ser amado.

Aclara que sobre el odio se sabe poco en psicoanálisis, éste apunta a la destrucción del ser del otro y considera a la ignorancia como “una pasión estructural en tanto es el efecto del que el que habla no sabe lo que dice”. Esto permitiría la constitución del lugar del sujeto supuesto saber en la transferencia.

Hasta aquí tenemos entonces, la ignorancia pura, de la que debemos alejarnos, la pasión por la ignorancia lacaniana.

Y para concluir podríamos mencionar la docta ignorancia la que, ya desde Sócrates, equivale a un estado de apertura del alma frente al conocimiento: más que una posesión, la ignorancia sapiente es una disposición o, como la define Miller: “es la ignorancia de alguien que sabe cosas, pero que voluntariamente ignora hasta cierto punto su saber para dar lugar a lo nuevo que va a ocurrir”.


Para ver libros relacionados con la temática, ver Tapas y Contratapas


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