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1 DE JULIO DE 2006 | POLEMICA

El desafío de las neurociencias

La polémica excede la oposición psicoanálisis-neurociencias. Lo que se trata en estas notas, firmadas por psicoanalistas y neurobiólogos, es tanto la indiscutible eficacia de los psicofármacos para el tratamiento de ciertas patologías, como la noción misma de vida psíquica, individualidad y conciencia. En el fondo, la clásica polémica humanismo versus cientificismo vuelve a aflorar.

Por Eva Tabakian
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Desde 1950, las sustancias químicas modificaron el paisaje de la locura. A pesar de que no curan ninguna enfermedad mental o nerviosa, revolucionaron las representaciones del psiquismo fabricando un hombre nuevo, liso y sin humor, agotado de tanto evitar sus pasiones, y fundamentalmente avergonzado de no alcanzar nunca el ideal que le proponen." Con estas pocas palabras Elizabeth Roudinesco describe la irrupción de las sustancias químicas en el tratamiento de las enfermedades mentales o las así llamadas locuras y refiere a las consecuencias de este fenómeno en la sociedad actual. Los estudios acerca del funcionamiento de la mente y del cerebro han ido avanzando y ocupando espacios hasta el punto de liderar, hoy en día, los discursos contra el psicoanálisis y fundamentalmente contra el pensamiento freudiano.

Los nuevos popes científicos presentan nociones basadas en los estudios de las imágenes cerebrales que les permiten, según sus propias palabras, "ver al cerebro pensar". En este sentido creen invalidar nociones o conceptos del psicoanálisis al hacer afirmaciones como que "los sueños son alucinaciones que tenemos todos" de Marks Solus, sin tener en cuenta o, más precisamente, sin conocer que Freud ya había declarado que las percepciones del sueño, al no pertenecer al sistema de la conciencia, podían tener esta apariencia o semejanza con cualquier percepción de realización del deseo como, justamente, son las alucinaciones.

Otro de los ejemplos que se manejan es la impugnación del concepto de "amnesia infantil" a partir del descubrimiento de que las estructuras cerebrales necesarias para la formación de los recuerdos concientes no están en funcionamiento durante los primeros dos años de vida. Pero en su gran mayoría se refieren específicamente a los procesos químicos que actúan sobre y en los "circuitos del placer", produciendo sensaciones placenteras o dolorosas, como bien se ha ficcionalizado en infinidad de películas que aluden al tema de los nuevos terrorismos tecno-farmacológicos.

Se podría pensar que estos progresos espectaculares permitirían a la biología una mejor comprensión de la vida y de la enfermedad mental y que ahora sí se les podría dar respuesta a los numerosos misterios que proponían la mente y la conducta humanas. Pero esto ha sido un error rotundo, porque hasta ahora además de este tipo de descripciones y del manejo de sustancias químicas que afectan a los neuromoduladores como la dopamina, no se ha avanzado mucho más, si es que es deseable que se siga avanzando, porque primero habría que preguntar hacia dónde.

Si queremos hacer un poco de historia, hay que recordar que la primera psiquiatría dinámica se apoyaba sobre la idea de que la conciencia era amenazada por fuerzas desconocidas, destructoras y peligrosas que se localizaban en un inconsciente casi metafísico al que se trataba de acceder por medio del espiritismo, es decir a través de la palabra de un médium capaz de establecer comunicación con los muertos moviendo mesas.

El invento freudiano

Esta perspectiva fue desarrollada por las terapéuticas fundadas sobre el magnetismo que hicieron posible que más tarde el inconsciente fuese mirado ya no como una fuerza oculta del más allá, sino como una disociación de la conciencia. A partir de lo cual se lo describe en términos de subconciencia, supraconciencia o automatismo mental, y se lo manipula por medio de la hipnosis o sugestión, es decir por medio del sueño como Jean Martin Charcot o por medio de la influencia de la sugestión, como Hippolyte Bernheim. Este inconsciente permitía a fines del siglo XIX dar cuenta de todos los fenómenos de doble conciencia, sonambulismo o de personalidades múltiples.

En la misma época, funcionaron las teorías de la herencia, hijas del darwinismo y del evolucionismo, que tuvieron una concepción de inconsciente adaptada a los principios de la psicología de los pueblos. Se suponía un inconsciente hereditario, colectivo e individual, que estaba formado por huellas o estigmas que determinaban la pertenencia de un sujeto a una raza, a una etnia, a un arquetipo. Esta es la concepción que fundamenta tanto las teorías sexológicas de Richard von Krafft-Ebing que tratan las perversiones sexuales como taras, como las tesis de Cesare Lombroso sobre los criminales o las de Gustave Le Bon que asimilan las multitudes a masas histéricas.

Freud realiza la síntesis de las diferentes concepciones del inconsciente, pero justamente al hacerlo, inventa uno nuevo. Su inconsciente no es un automatismo, ni un subconsciente ni mucho menos una mitología cerebral articulada a un modelo neurofisiológico: es un lugar separado de la conciencia, poblado de imágenes y de pulsiones. Fundamentalmente, es un inconsciente psíquico, dinámico y afectivo que se organiza en varias instancias como el yo, el ello y el superyó.

En esta línea, el sujeto freudiano se puede definir como un sujeto libre, dotado de razón, pero cuya razón vacila en el interior de sí misma. Es importante señalar que no es el sujeto autómata de los psicólogos, ni el individuo cerebral de los fisiólogos, ni el animal étnico de los teóricos de la raza y de la herencia. Es, como bien pudo rescatar Lacan, un ser hablante, capaz de analizar la significación de los sueños y su propio discurso en la búsqueda de un sentido para su vida. Este sujeto está tan limitado por una determinación fisiológica, química o biológica como por un inconsciente concebido en términos de singularidad.

Máquinas cerebrales

Tal vez esto es lo que haya que tener presente cuando asistimos a las afirmaciones del discurso cientificista que, como en el caso de Jean Pierre Changeux, profesor del Collège de France, pretende reducir toda forma de pensamiento a una "máquina cerebral" y se declara a favor de una psiquiatría biológica fundada sobre la farmacología. O en otro campo, el filósofo Marcel Gauchet, que prefiere sustituir el inconsciente freudiano por el inconsciente cerebral y el modelo de la computadora. En un punto más moderado, hay muchos expertos que al modo del neurobiólogo Gerald Edelman sostienen que el inconsciente en el sentido freudiano sigue siendo una noción indispensable para la comprensión científica de la vida mental del hombre.

Este científico, Premio Nobel de Medicina, todavía se atreve a afirmar que la hostilidad al modelo freudiano depende menos de la discusión científica que de la resistencia de los involucrados a su propio inconsciente.

Pero el supuesto de la neurobiología es que todos los trastornos psíquicos están relacionados con una anomalía del funcionamiento de las células nerviosas, y dado que existe el medicamento correspondiente, ¿por qué no utilizarlo? Lo que a primera vista no se ve es que detrás de esta argumentación gravita el ideal de la normalización.

Remedio y enfermedad

Tomemos el caso de la depresión, que parece ser la enfermedad de la subjetividad contemporánea, tal como fue la histeria en el siglo XIX. La depresión se convirtió en la epidemia psíquica de nuestros tiempos y hay tantos tratamientos como modalidades van apareciendo: endógenas, exógenas, circunstanciales como las que pueden aparecer en ciertos momentos precisos como el puerperio, etc. Es necesario recordar que la histeria no desapareció pero en general se prefiere tratarla como a una depresión. ¿Es ingenuo el reemplazo de una por otra?

Sabemos que la teoría freudiana supone un sujeto inmerso en el inconsciente y desgarrado por una conciencia culpable, un sujeto que liberado a sus pulsiones se encuentra en guerra contra sí mismo. Es por esto que la concepción de la neurosis ha sido centrada en la discordia, en la angustia, la culpabilidad y los trastornos de la sexualidad. La noción psicológica de personalidad depresiva se opone a esta idea de la subjetividad conflictiva.

En esta línea de búsqueda de la normativización y de un deseo no conflictivo, los psicotrópicos producen una corrección de las conductas no aceptables y suprimen los síntomas más dolorosos del sufrimiento psíquico pero sin buscar su significación. La psicofarmacología que había nacido en el intento de devolverles a los locos su palabra y salvarlos de tratamientos abusivos e ineficaces, finalmente perdió parte de su prestigio al encerrar al sujeto en una nueva alineación.

El peligro mayor es que la psicofarmacología permite a todos los médicos, especialmente a los clínicos, tratar de la misma manera toda clase de afecciones sin que se sepa a qué causas y por lo tanto a qué tratamientos responde. De esta manera psicosis, neurosis, fobias, depresiones se abordan del mismo modo y ya no importa cuál es la etiología sino sólo el síntoma a tratar. Y del mismo modo en que se igualan los cuadros se igualan los pacientes y se postula otra vez un individuo más que un sujeto, un individuo que no se destaque ni por su padecer psíquico ni por sus conflictos con la sociedad ni por la búsqueda de nuevos horizontes.

Este es el individuo que la neurobiología, que el discurso cientificista y la farmacología han propuesto para reemplazar, para "superar" y para oponer al sujeto del inconsciente de estirpe freudiana.

Mas informacion:
www.clarin.com

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