Entrevistas

10 DE MARZO DE 2014 | INTERVENCIONES EN LA NIÑEZ

La integración en la discapacidad

La integración escolar es una operatoria subjetiva. El psicólogo ante las intervenciones clínicas en el ámbito escolar, el deseo de saber, el establecimiento del lazo social, la responsabilidad subjetiva. Comenta Alicia Fainblum

Por Lic. Carolina Duek
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-¿Cómo entiende Ud. la discapacidad?

-Cuando referimos al universo de la discapacidad, es decir qué síndromes y/o alteraciones se incluyen en el mismo, realmente se hace necesario marcar los alcances del mencionado universo. Discapacidad sería considerado solamente cuando una capacidad de orden cognitivo, motriz o sensorial presenta una alteración limitante que es consecuencia de una causa orgánica. Por lo tanto no incluyo en el universo de la discapacidad patologías que desde mi perspectiva y lo que hasta el momento mi experiencia clínica me permite afirmar, no son de origen orgánico. Me refiero a problemáticas en la que se juegan factores de otro orden, a cuadros que es posible caracterizar como graves patologías psíquicas: autismo, psicosis o los tan generalizados hoy TGD. La organicidad se inscribe en una particular trama subjetiva y familiar a partir de las cuales podrán estructurarse o no cuestiones psicopatológicas. Cuando se presentan conjuntamente con una discapacidad conceptualizo a las mismas como “patologías psíquicas agregadas” al síndrome orgánico, pensándolas en términos de alteraciones en la estructuración subjetiva y que suelen implicar limitaciones en los recursos simbólicos.

-¿Cuán importante es el diagnóstico?
-En función de lo afirmado es importante contar con un diagnóstico adecuado a fin de identificar cuál es la incidencia de lo orgánico y/o de lo psíquico. Pero desde ya pongo en cuestión aquellas miradas profesionales que cristalizan en el mismo desconociendo al sujeto que presenta un déficit, desconociendo cómo juega en el mismo ser portador de una discapacidad. Es decir miradas que excluyen la consideración del estatuto psíquico de la organicidad y la particularidad con que se pondría de manifiesto la discapacidad diagnosticada en cada quien. Se trataría de aquellos profesionales que operan a la manera de Procusto, aquel personaje de la mitología griega que recortaba a la medida de sus lechos a todo aquel que invitaba a pernoctar en los mismos. En estos casos el diagnóstico y lo que dice del mismo la literatura científica serían los lechos de estos profesionales a la medida de los cuales recortarían al paciente y toda intervención respecto al mismo. De esto no se trata la importancia del diagnóstico.

-¿Desde qué lugar se escucha en la clínica de la discapacidad?
-La entiendo como aquella en la que se escucha desde una posición ética que hace al psicoanálisis y que es aquella que respeta y considera al Sujeto; dimensión considerada y promovida desde esta ética en relación a quien presenta una discapacidad. Sujeto conceptualizado por la mencionada teoría: sujeto del deseo, sujeto del lenguaje. Esta ética sería el fundamento que haría de brújula de todo acto profesional tomando a la teoría psicoanalítica como aquella que proveería los recursos conceptuales desde los cuales se organizarían las intervenciones. Clínica de la Discapacidad en tanto una “mirada clínica”, una mirada que rescata la singularidad y se descentra del déficit orgánico (sin desconocerlo). Por lo tanto entiendo la Clínica de la Discapacidad no en el sentido tradicional de referirse exclusivamente a las intervenciones psicotarapéuticas; las incluye pero excede a las mismas. Podemos identificar como intervenciones clínicas aquellas que pueden ser llevadas también a cabo en ámbitos: educativos, laboral, recreativo o en otros en los que este en juego el abordaje de la problemática de la discapacidad y que es llevada a cabo desde la ética mencionada, considerando el caso por caso. Por ello la “Clínica de la Discapacidad” se opondría a otra posición que la ubicaríamos como la(s) “Psicología(s) de la(s) Discapacidades”, “psicología del sordo”, “psicología del ciego”, “psicología del down”, etc. Un sujeto no es consecuencia directa de lo orgánico y quien presenta una alteración discapacitante a este nivel no escapa a las generales de la ley de todo humano. Por lo tanto constituye una falacia atribuir características de orden psíquico por igual para todo aquel que comparta el mismo diagnóstico médico. Posición ésta que al desconocer lo propio de cada sujeto genera intervenciones generalizadoras, homogenizantes y con carácter rehabilitatorio a partir de centramiento en el déficit implicando desde ya consecuencias desubjetivantes/iatrogénicas. Es oportuno agregar que ineludiblemente esta clínica es de carácter interdisciplinario. Su campo es amplio y complejo y no se limita a intervenciones con quien tiene una discapacidad sino que también abarca a la familia, al Otro social y a los sujetos que encarnan los diferentes profesionales que trabajan en relación a esta temática.


-¿Cómo se trabaja en la escuela? ¿Es posible la integración?
-El tema de la integración lejos de ser una cuestión simple presenta una complejidad importante que requiere ineludiblemente considerar, desentrañar y reflexionar acerca de la misma a la hora de pensar intervenciones posibilitadora. Por un lado nuestra Escuela ha estado signada por el objetivo de la homogenización desde sus marcas fundacionales, marcas que siguen generando sus efectos en la actualidad. A la par circulan los temas de la diversidad y la integración con un énfasis tal que en principio pareciera constituir una contradicción, pero que a la hora de revisar cómo se ponen en juego no es posible dejar de pensar que suele tratarse de una simple cuestión de puro discurso.
Se hace necesario aclarar que el hecho de que un niño y/o un adolescente con discapacidad concurran a una escuela común no constituye por sí mismo una integración y en muchos casos está lejos de constituirla. La misma no se trata de una tramitación administrativa (la inscripción en la escuela común) sino que la entiendo como una tramitación de orden subjetivo. Sin embargo no es para nada del orden de lo excepcional, sino por el contrario bastante común, escuchar frases tales como: “es un nene o joven integrado” cuando se refieren a quien ha ingresado a una escuela común. Subyace a esta afirmación el supuesto de equiparar el “concurrir” al “integrar”. Se hace ineludible entonces plantearnos en principio qué entendemos por integración, para ir despejando el camino a la hora de elaborar estrategias de intervención y que desde ya requiere aclarar que son del orden de la singularidad, del caso por caso. No solo respecto al alumno y los padres de quien se promueve la integración sino que es un tejido singularizado que incluye la consideración y la intervención en relación a la particularidad institucional y en relación a todos los sujetos de la escena escolar: docentes, equipo directivo, alumnos, padres de los mismos. Indagar y trabajar con los supuestos, imaginarios acerca de la integración, de la discapacidad, de la maestra integradora y otras representaciones circulantes se hacen necesarias a fin de intervenir a este nivel. Nivel que operaría como una plataforma de lanzamiento de un proyecto particularizado, generando condiciones obstaculizadoras o propiciatorias en el mejor de los casos. Es decir, que indagar sobre las cuestiones mencionadas es con la finalidad de intervenir a través de diferentes estrategias con el objetivo de neutralizar aquello que podría y que suele generar efectos contrarios a los buscados y a su vez con la finalidad de propiciar condiciones que favorezcan el proceso de integración no solo evitando consecuencias nocivas para docentes y alumnos sino para promover una experiencia enriquecedora para todos los sujetos implicados en la misma.
Es un tema complejo que requiere la exclusión de pragmatismos o de un “como si” nocivo reclamando una intervención profesionalizada y reflexiva.
Recuerdo que hace años Mariano, un púber con síndrome de down, que había ingresado a una escuela común; al poco tiempo solicita “volver a su Escuelita”(Especial). En lugar de pre-supuestos tal como podría ser el pensar que le cuesta a él la adaptación a este espacio se indaga y escucha su demanda; expresando: “No quiero ser Coqui (personaje con síndrome de down de una tira televisiva de ese momento) Yo soy Mariano”. Otro caso es el de Gabriela, una niña en silla de ruedas que reclama también retornar a su escuela de origen y manifiesta: “No quiero estar sola en el recreo. Me gusta jugar. Quiero volver a mi escuelita, ahí están mis amigos”
No basta con que una institución tenga voluntad integradora. Al excluir las posiciones ingenuas surge la necesidad de interrogar acerca del sentido del espacio que se le oferta a quien presenta una discapacidad. Es decir, se trata de indagar acerca de cuál es el “lugar” que se le reserva en la escuela común al alumno con discapacidad que inicia un proceso de integración. El lugar marginal? El lugar del “que no puede”?, “del pobrecito”? del paralítico? o el de Coqui?
La integración escolar es una operatoria subjetiva, es decir es una operatoria que lleva a cabo un sujeto (niño, púber o adolescente) por la cual se apropia de un espacio escolar y produce sus propias marcas desde su rol de alumno. La integración la lleva a cabo el alumno; la integración no es una acción llevada a cabo por los profesionales, no se trata de alguien que integra a otro. En tal caso, cuando así se enuncia, cabe pensar que se trata de un logro narcisista del profesional al servicio de la inserción, es decir, se trataría de una intervención que haría a una posición de objeto a ubicar, del destinatario. Los profesionales son los que acompañan, generando condiciones favorecedoras del proceso. La integración se trata de un estar “con” otros y no “entre” otros. De poder establecer lazo social con sus compañeros y fundamentalmente con “su” maestra: la del grado, la de los otros niños del aula. Y este aspecto es importante no perderlo de vista y hace a un sinnúmero de casos paradigmáticos del fracaso de la integración. Se trata de la reproducción en el interior de la escuela de lo que circula socialmente: la marginación, la exclusión de lo que hace diferencia oponiéndose a la tendencia homogenizadora, el apartar a aquel que se aleja del “alumno Ideal” esperado. De tal modo que en la escena aúlica con frecuencia suele recortarse un espacio con la marca de la segregación: el constituido por la pareja niño/ maestra integradora.
Asimismo y refiriendo a la maestra integradora se identifica que acerca de su papel recaen una serie de supuestos que también se hace necesario despejar para favorecer el proceso. El más central versa sobre el tema de que la integración es solo cuestión de ella. En realidad, lo deseable es que la maestra integradora opere como “puente” entre el niño y los demás actores del aula y de la escuela, trabajando desde ya no en forma solitaria sino desde el intercambio con un equipo a partir del el cual se elaboren estrategias de intervención a la par que también intercambiando y construyendo otras tantas con la maestra de grado y el equipo de la escuela. Evidentemente no se trata de simplemente, como suele pensarse, de llevar a cabo adecuaciones curriculares; ello si será necesario surgirá del aporte creativo producto del intercambio con la docente del grado. Pero fundamentalmente de lo que se trata es de intervenciones clínicas en el ámbito escolar, intervenciones que hacen a la oferta de un espacio que aloje al niño/adolescente, que promueva la posibilidad de poner en juego el deseo de saber, el establecimiento del lazo social, la responsabilidad subjetiva y habilitación frente al propio hacer y demás condiciones que posibiliten su lugar de alumno en proceso de apropiación del objeto de conocimiento. Por ello el rol de maestro integrador es uno de los roles para los que un psicólogo está habilitado.
Por último me interesa referir al hecho de que hemos atravesado períodos donde el furor curandis y el furor educandis han tomado la delantera con las nefastas consecuencias que generaron. El tema en la actualidad, es estar advertidos de la posibilidad de un nuevo furor: el “furor por la integración”; y es necesario estar advertidos porque cuando los furores toman la delantera sabemos que poco lugar queda para la reflexión.


Alicia Fainblum. Licenciada en Psicología (UBA). Psicoanalista y especialista en clínica de la discapacidad. Profesora adjunta en la Facultad de Psicología (UBA) a cargo de la materia Psicología de la Discapacidad y de la práctica profesional correspondiente. Está a cargo de materias sobre ésta temática en la Universidad Nacional de Luján y en la Universidad del Museo Social Argentino. Autora del libro “Discapacidad: Una perspectiva clínica desde el psicoanálisis” y de artículos sobre discapacidad y otras temáticas. Conferencista en diversos eventos científicos y docente invitada a cursos de posgrado.

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